Cuando mi hija tenía tres años se fracturó el fémur en la escuela. Se enredó la pierna con una manguera y el hueso se abrió, como ocurre en los huesos tiernos.
Estuvo tres semanas en el hospital, con la pierna colgada como un jamón, consumiendo chupetes con fruición y aprendiendo a tener paciencia. Luego la enyesaron hasta la axila y aprendió a reptar por la casa como una lagartija.
Cuando le quitaron el yeso, mi pregunta tonta al traumatólogo fue ¿tiene que hacer rehabilitación?. No, respondió el médico, los niños pequeños se recuperan enseguida, no te preocupes.
Ese mismo día, al llegar a casa, Clara se sentó en un triciclo pequeñito y empezó a pedalear. Sin miedo. Y su madre aprendió a confiar.
Ayer mi amiga Eva salió del agujero negro en el que ha estado sumergida durante mucho tiempo. Se acabó el trato injusto, cruel y sin sentido al que había sido condenada, se acabaron las amenazas, las trampas y el acoso.
Quedan, eso sí, cicatrices, magulladuras y heridas abiertas. Como si saliera del hospital, necesita rehabilitación. Sobre todo, rehabilitación antimiedo, triciclos que le podemos proporcionar las personas que la valoramos y la queremos.
Mi triciclo es este estupendo libro de Pilar Jericó, No miedo, para ayudar a entender, como dice la frase de la portada, que no es valiente quien no tiene miedo, sino quien sabe conquistarlo.
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