El viernes pasado estuve en Figueres (Girona), visitando el proyecto Ksameu, un centro que se define como una comunidad de esperanza y de ciudadanía activa.
Se trata de una iniciativa pensada para acompañar adolescentes en la conquista de su autonomía y proyecto vital a través del compromiso social: los educadores de Ksameu están convencidos que los jóvenes más felices son los más altruístas.
Coinciden con la mirada de Alberto Croce en que los chicos y chicas frecuentemente echan en falta el apoyo de personas adultas, a diferencia del tópico de que los adolescentes rechazan por sistema a los adultos.
Los jóvenes necesitan referentes en los que reflejarse, ideas claras sobre las que pensar. Necesitan personas que les descubran maneras alternativas de enfocar las cosas. Que crean en ellos, en sus capacidades, les contagien entusiasmo, les exijan y les valoren.
Pero también necesitan referentes adultos incluso para rebotarse, rechazarlos y construir su propia escala de valores. Los adultos que nos inhibimos y desaparecemos durante la larga travesía de la adolescencia les hacemos un flaco favor.
Vale, es un poco complicado ver ganas de proximidad y demanda de apoyo en la mirada malhumorada del adolescente, en su brusquedad, en su ¡déjame en paz!. Pero las hay. Cansa y desespera, pero vale la pena.
En Ksameu encuentran a personas adultas que no les abandonan cuando más desesperantes se ponen.
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