En las veladas familiares en general y en Navidades en particular jugamos a cartas. ¡Soy una gran defensora de los juegos de cartas!.
Recuerdo que cuando mi hija era pequeña no veía el momento de enseñarle a jugar al póker. Pero al cumplir los ocho años ya no pude esperar más y le adapté un póker sencillito, con pocas figuras y sin apuestas, que por algo hay que empezar.
Más adelante nos lanzamos al siete y medio y al mentiroso, que es genial porque introduces los dados y burlas la imaginación y las sospechas de los otros jugadores.
Al llegar la adolescencia nos aficionamos al continental. En todas partes recibe un nombre diferente, pero bueno, es ese de ir haciendo tríos y escaleras. Es complicado y hay que estar muy atenta o te quitan las buenas cartas sin que te enteres. También tuvimos nuestra época de la podrida.
En cualquier caso, las largas partidas de póker, continental, podrida o mentiroso, se suelen rematar con un burro. Un juego rápido y alocado, inclemente y casi diría que inmoral, que sube los decibelios y la adrenalina y por eso hay que dosificarlo.
Para entendernos, yo no jugaría demasiado con niños nerviosos de esos que toman mucho colacao o nos puede dar un ataque a todos.
Una vez, en un momento festivo de un encuentro internacional me llamó la atención que sólo los latinos conocíamos el burro, aunque, claro está, con nombres diferentes. Los británicos, polacos, alemanes, holandeses y norteamericanos se horrorizaban cuando descargábamos con pasión -por no decir violencia- las manos sobre la mesa gritándo ¡¡burroooo!! como unos posesos.
Esta Navidad he recuperado el king, que fue el juego por excelencia de mi adolescencia, junto con el ocho americano. Es facilón y en la segunda mitad del juego te da la oportunidad de recuperar los puntos que perdiste en la primera parte. ¡Como a veces pasa con la vida misma!
Puesto que adoro los juegos de cartas se que no tiene mucha credibilidad que afirme que son muy educativos. Pero creo sinceramente que así es. ¿Acaso ejercitar atención, concentración, estrategia, paciencia, autocontrol, saber perder y saber ganar… no es muy educativo?
Puestos a encontrar valores educativos a los juegos de cartas, citaría también el ejercicio de la disciplina. De la buena, la que vale la pena, la que sirve de algo, en este caso para poder pasar un buen rato todos juntos.
Y sino, mira este vídeo genial sobre la disciplina sin sentido: El Encargado, que ha colgado el amigo Ángel en su blog.
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