Ayer me sumergí un rato largo en el universo de Torres García, el pintor uruguayo que puso el mapa al revés. Una breve pero intensa y bien montada exposición del Museo Nacional de Arte de Catalunya.

Confieso que soy bastante intransigente con los museos. La mayoría los encuentro desordenados (bueno, para ser justos, ordenados con un orden que yo no haría) y poco amables para los cortos de vista: los carteles informativos de las piezas de arte suelen tener una letra pequeñísima.

Además suelen ser incómodos, no hay sofás, ni suficientes bancos para que una pueda sentarse a contemplar. No recuerdo en qué museo de qué país por lo menos podías tomar una especie de taburete ligero a la entrada, lo usabas a tu antojo y lo devolvías a la salida.

Pero Torres García me puede. Estoy fascinada con él. Me encanta su época clásica, pompeyana; sus esbozos en Nueva York, tipo urban sketchers; su constructivismo y sus tiernos juguetes de madera pintada.

Además, el MNAC está muy bien. Luminoso, majestuoso, con cómodos sofás bajo una cúpula. Y la exposición de Torres García sigue un hilo cronológico claro: partes del final, llegas al principio, y para salir, desandas el camino siguiendo la historia del pintor. Y además, es gratis. Maravilloso alimento para el espíritu.




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