Bueno, pues sí, ya estoy harta. Sólo me faltaba leer que los drones pueden llegar a convertirse en regalos estrella estas navidades, incluso para niños. Como siempre que acecha algún peligro, se alzan inmediatamente voces clamando por llevar a cabo alguna labor pedagógica para enfrentarse a ello.
Y no es que yo no esté de acuerdo con hacer esa labor, claro que lo estoy, pero me toca las narices poner el foco exclusivo en ella, obviando que la educación requiere también dosis de rechazo, prohibición o sanción frente a bastantes cosas… ¡más de las que quisiéramos!.
Continuamente recurrimos al bicarbonato cómo receta para no tener que prohibir o limitar. ¿Que los niños se vuelven sedentarios y adictos al móbil? No, por favor, no limitemos su uso, enseñémosles a usarlo bien. ¿Que pueden consumir páginas y páginas de porno en internet? ¡No se nos ocurra prohibirlo, vamos a educarles para que entiendan que… bla bla.
Es como si te plantearas que puesto que van a tragar comida descompuesta, me guste o no, hay que poner a disposición un buen frasco de bicarbonato. Partiendo de la fatalidad de que lo que tiene que pasar, pasará, y no lo vamos a poder impedir… ¡estamos limitando la educación al bicarbonato!
La chorrada bicarbonatada más grande que había conocido hasta la fecha era de antología: se trataba de un programa escolar de educación vial y la cosa funcionaba de la siguiente manera:
Un animador pasaba a niños y niñas de unos 10-12 años un vídeo en el que se veía una pandilla jugando a fútbol al lado de una autopista donde pasaban coches continuamente. La pelota se desviaba e iba a parar al espacio medianero. Entonces los protagonistas se ponían a discutir: unos querían atravesar la autopista y recoger la pelota y otros consideraban que eso era demasiado peligroso. Fin del vídeo.
En ese momento, el animador proponía a los niños y niñas espectadores que tomaran partido: ¿qué había que hacer?. Pues bien, prácticamente la mitad de la clase se decantaba por ir a buscar la pelota, porque era un regalo de cumpleaños y la otra mitad opinaba que no, que atravesar la autopista era demasiado arriesgado. Entre éstos últimos, uno de los niños propuso una idea sensata: vamos a avisar al profesor a ver qué podemos hacer.
Pero el animador hizo caso omiso de la sensatez infantil y… ¡acabó el taller de educación vial diciendo a los niños y niñas que cada uno era dueño de sus actos y debía obrar según su conciencia!
En definitiva, que los niños y niñas que pensaban -temerariamente- que había que atravesar la autopista para recoger una pelota se fueron tan contentos de haber tenido una idea razonable y respetable. ¡Fracaso total del bicarbonato! ¿Es que cuesta tanto decir que eso no hay que hacerlo bajo ningún concepto?
Voy a hacer una propuesta: si nos cuesta tanto prohibir, por lo menos no evitemos posicionarnos, ¡mostremos claramente rechazo ante lo que es peligroso!.
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