Sí, confieso que admiro profundamente a las personas que tienen mucha memoria.
La memoria es un paisaje placentero donde pasear, recrearse… ¡y echar de menos!
Me tortura tardar tanto tiempo en aprenderme correctamente el nombre de mis alumnos, o no recordar el nombre exacto de una persona a la que hace mucho tiempo que no veo.
Por eso he disfrutado mucho con este vídeo que me ha pasado el amigo Jan, donde un niño de cinco años consigue superar en memoria -y en este caso, en nivel cultural- a Justin Bieber.
Si piensas que se trata de un pequeño genio, un superdotado o un niño repelente al que su familia tortura obligándole a memorizar, sólo te pido que hables con cualquier padre o madre de un niño de cuatro a seis años. Te confirmará que a esa edad son como esponjas que lo absorben todo.
Recuerdo el pequeño -y exagerado- ataque de pánico que me provocó mi hija a los seis años cuando me derrotó jugando al Memory. Sentí que era algo así como el trailer inesperado de mi decadencia…
Y también recuerdo a Jaume, uno de los alumnos con síndrome de Down de la escuela donde trabajé de maestra. A pesar de su limitación, era perfectamente capaz de recordar los nombres de todos los jugadores de los equipos de fútbol que le gustaban, incluso pronunciarlos correctamente al leerlos en el periódico.
Como suele pasar, Jaume memorizaba aquello que le gustaba. Aunque, con el tiempo, tal vez se invierte el enunciado y te acaba gustando precisamente lo que eres capaz de memorizar.
Sin memoria no hay civilización, ni tampoco paisaje donde pasear.
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