El viernes tuve la ocasión de participar en un debate del programa Para todos la 2, centrado en la suciedad de las ciudades, entendida como la proliferación de basuras, chicles enganchados a las aceras, excrementos de perros, garabatos en las paredes, etcétera.
Creo que la falta de civismo y el vandalismo en las calles es un síntoma de desvalorización de lo público y de inhibición de la propia responsabilidad como ciudadano: si es público, no es de nadie, no es mi problema, que se ocupe el ayuntamiento, que yo ya pago mis impuestos…
Por tanto, para ir a la raíz del problema es necesario revalorizar lo público: lo que es de todos, es de cada uno… y es un tesoro. Vivir bien es, entre otras cosas, poder disfrutar de una cultura de la convivencia, de la seguridad de que nuestros vecinos tienen un compromiso con la ciudad y con sus habitantes, tal como explica Victoria Camps.
Un ejemplo de autoestima colectiva es el estado impecable del metrocable de Medellín, el respeto con el que los ciudadanos lo cuidan, lo miman y se sienten orgullosos de él. El civismo, en este sentido, es una herramienta práctica, porque nos proporciona el patrimonio común de compartir unas normas iguales para todos.
Ni siquiera por motivos estrictamente económicos nos podemos permitir el incivismo, porque es una sangría cuanto a despilfarro: sin ir más lejos, el año pasado el ayuntamiento de Barcelona gastó 500.000 euros en limpiar de chiclés las calles de la ciudad.
Educar en el civismo supone a los padres y madres actuar como adultos responsables, como modelo coherente para nuestros niños y niñas; transmitir admiración por la belleza y la armonía; expresar valoraciones positivas sobre los comportamientos cívicos de nuestros vecinos; recordar siempre que hace más ruido un árbol que cae que 100 árboles creciendo.
Y, por otro lado, hay exigir a nuestros niños y niñas que se comporten con respeto y reprenderles si no lo hacen, de la misma manera que hay que llamar educadamente la atención a nuestros vecinos cuando vulneran lo público.
Además, hay experiencias valiosísimas de civismo, en forma de proyectos de aprendizaje-servicio, que desarrollan muchas escuelas, vinculando los contenidos de la asignatura de conocimiento del medio con compromisos y acciones concretas de conservación del entorno, como el proyecto del Parque Garlochí, en el barrio del Puche en Almería.
A nivel general, es importante no bajar la guardia, no dejar que un espacio se degrade, porque la suciedad llama a la suciedad y el deterioro genera deterioro. La dejadez, si no se ataja, se multiplica. Es un círculo vicioso: cuanta más dejadez, menor autoestima, y cuanto menor autoestima, mayor dejadez.
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