Lo pongo entre comillas para que nadie piense que es un error tipográfico. Esta genial palabra no es mía, es un invento de Gina, de la Fundación Pere Tarrés. Le salió espontáneamente en su ponencia de Medellín.
La palabra no existe, pero podría. Un educadero sería algo así como una olla donde hierve la educación, o dicho menos metafóricamente, un lugar donde se educa de manera consistente, no de manera efímera. Como este invento me gusta, me voy a dedicar a divulgarlo, creo que puede tener un futuro.
Bueno, pues en tres días he visitado tres educaderos. Mejor dicho, no los he visitado, sino que más bien me he caído dentro de la olla y he estado un tiempo cociéndome en ellos.
El primero ha sido la Escuela de Primavera de Cáritas, en Madrid, dónde he compartido un curso de aprendizaje-servicio con trabajadores de esta institución procedentes de toda España.
La profe era yo, pero he aprendido mucho de ellos, de sus experiencias, sus retos, sus preguntas y sus respuestas. Me pasé el viaje de vuelta a Barcelona corrigiendo y retocando los materiales que les había aportado.
El segundo educadero ha sido en l’Hospitalet de Llobregat, cerrando otro curso de aprendizaje-servicio centrado en recursos metodológicos. Destinamos la última sesión a las TIC, sumergiéndonos en el caldo que nos proporcionó Ladislau Girona.
Por lo pronto hemos aprendido que necesitamos dominar -eso sí, a la larga y sin agobiarse- nada menos que 61 competencias digitales. Suerte que antes tuvimos que aprender destrezas mucho más complejas. O fracasar directamente: yo nunca aprendí a programar el vídeo para que grabara correctamente un programa de televisión.
Y suerte que ahí están los niños y jóvenes para echarnos un cable a nosotros, pobres inmigrantes digitales.
En el tercer educadero me metí virtualmente cuando volví a casa después del curso. Jorge Melguizo nos había enviado un regalo por email. Este vídeo de hip-hop, Revolución sin muertos, es una muestra de cómo crecen los educaderos dónde menos te lo esperas.
Comentarios recientes