Esta semana he estado en dos encuentros muy sugerentes. Por un lado, la 1a Jornada sobre Aprendizaje-Servicio que Fundación Tomillo ha organizado en Madrid; y, por otro lado, el Congreso Adolescentes en Tiempo de Crisis, organizado en el País Vasco por el Ayuntamiento de Portugalete con la colaboración de EDEX.
Aunque los temas eran diferentes, la intencionalidad y los participantes eran los mismos: personas preocupadas por la educación de los menores, que nos movemos entre contradicciones, porque no somos perfectas y porque la sociedad se nos ha vuelto muy complicada.
Hoy resulta muy difícil tener claro en cada momento lo que debemos hacer para ayudar a nuestros chicos y chicas respetando su autonomía; para acompañar sin ahogar; para poner límites y, sin embargo, dar alas. En este sentido, creo que merece una lectura la lúcida reflexión de Miguel Ángel Santos Guerra sobre los hijos que nos salen rana.
Cada vez que en un encuentro de educadores cariñosos y próximos a los jóvenes se habla de drogas, me surge una inquietud: ¿estaremos dando por sentado que todos consumen y abusan? ¿estaremos dando por normal lo que es peligroso? ¿estaremos estigmatizando como “raritos” a los chicos y chicas “que no se colocan”, en nuestro afán por conectar y empatizar con los que sí lo hacen?.
Roberto me recordó una poesía de Antonio Machado, que ya casi había olvidado:
La envidia de la virtud
hizo a Caín criminal,
¡Gloria a Caín! Hoy el vicio
es lo que se envidia más.
A lo mejor me paso tres pueblos, pero (y sin hablar de envidia, que es tan feo)… ¿no convendría estimular un poquito más el deseo de lo saludable y razonable, puesto que lo opuesto ya tiene quien lo estimule?
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