El domingo pasado completé la Cursa Jean Bouin en 1 hora 08 minutos y 10 segundos, lo cual para mí está muy bien, sobre todo teniendo en cuenta que la carrera anterior, la Cursa dels Bombers, justo tres semanas antes, la completé en 1 hora 09 minutos 45 segundos.
La Jean Bouin la considero más dura que la de Bombers. Tal vez es una percepción muy subjetiva, pero es que Jean Bouin deja para el final todo el tramo en subida de la Avinguda Paral·lel, mientras que en Bombers te enfrentas a esta cuesta casi al principio y ni siquiera toda, sólo una parte. Dicho de otra manera, la pendiente en Jean Bouin es más larga y te pilla más cansada.
Entonces… ¿qué explica que sacara mejor tiempo en la carrera más dura? Sólo hay una explicación y es mi liebre Montse.
Montse me acompañó en los 5 primeros km. Luego le pedí: Ya está bien, Montse, ahora corre a tu ritmo y nos vemos en la meta. Montse corre con más frecuencia, mayor distancia y más rápido que yo, así que hacer de liebre conmigo fue de una generosidad por su parte.
Llevar a Montse de liebre durante la primera mitad de la carrera representó correr a 8,9 km/h. En cambio, en la segunda parte, sin Montse, corrí a 8,8 km/h. Las liebres marcan el ritmo de los corredores, lo espabilan y mantienen.
Estuve pensando que eso pasa también en otras facetas de la vida. Te encuentras con liebres que te estimulan, te despiertan, te llevan a otro nivel. Es una bendita suerte contar con ellas.
Yo tengo liebres para muchas situaciones vitales: para apreciar un buen vino, para leer un buen libro, para ver una película que vale mucho la pena, para descubrir un paisaje o una vía de escalada asequible, para cocinar una receta insólita, para levantarme a las 6 de la mañana y salir a entrenar…
¿Qué haríamos sin las liebres de la vida? ¿Creernos autosuficientes? ¿Apalancarnos y apagarnos? ¿Perder oportunidades de disfrute…? Adoro a mis liebres y, de hecho, cada día tengo más. No tienen depredador.
En la imagen: el recorrido de la Jean Bouin y mi liebre y yo antes de empezar.
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