He tenido discusiones muy interesantes con profesionales excelentes del mundo de la educación acerca de la bondad y maldad de los libros de texto. Recuerdo especialmente tres conversaciones: con un director de un centro educativo, con un pedagogo de nivel internacional y con el impulsor de una ONG que trabaja con muchas escuelas.

De entrada, no me cabe la menor duda de que los tres saben más que yo. Sin embargo, sus argumentos claramente en contra del uso de libros de texto en las aulas no me acaban de convencer. Básicamente ellos citan tres razones por las que creen que no se deberían utilizar:

  • Una, porque no están contextualizados a las situaciones y necesidades de los alumnos y, además, se deja en manos de la editorial la selección y enfoque de los temas que establece el currículum.
  • Dos, porque el profesor o profesora que los usa corre el riesgo de apalancarse y limitarse a seguir el libro sin más, ahondando en una enseñanza tediosa y poco motivadora.
  • Tres, porque su uso contradice el enfoque competencial que actualmente hay que potenciar.

Bueno, pues estos argumentos, que -no lo niego- tienen su razón de ser, no me compensan del todo las ventajas que yo le veo al libro de texto. ¡Ojo!: casi lo afirmo más como ciudadana, madre y abuela que como pedagoga.

En primer lugar y por pura lógica, habrá libros buenos, muy buenos, asi como malos y muy malos. Quiero decir que habrá donde escoger, ¿no? A lo mejor encuentras un libro “con el que estás de acuerdo” en los contenidos que selecciona y en cómo los desarrolla.

En segundo lugar, un libro de una materia es un libro. Claro que no es ni debe ser toda la enseñanza de esa materia, pero un buen libro contiene muchas cosas interesantes: un índice (¡que importante es tener un guión de lo que se va a estudiar ese año!), un texto bien escrito y maquetado, con un formato pulido y atractivo, unas imágenes sugerentes… todo ello obra de profesionales de la edición que saben hacer su trabajo. ¡Hay libros que son una preciosidad! No veo porque tener un buen libro de referencia puede obstaculizar el trabajo de las competencias, yo diría que si acaso las beneficia…

En tercer lugar, si no hay libro de texto, eso significa que el profesor o profesora tiene que crear y componer mucho material didáctico para suplirlo. Mi pregunta es ¿de dónde saca el tiempo para hacer esto? Si estamos de acuerdo en que en las aulas actuales hay mayor complejidad y diversidad y el profe tiene que atender a múltiples necesidades; si el día tiene 24 horas para todo bicho viviente; si ese profesor, además, tiene familia, casa, labores domésticas o de cuidado de familiares… ¿cuándo elabora materiales? O, ¿a costa de qué?

Francamente, y sigo con mi rol de ciudadana, madre y abuela, si un profesor tiene tiempo, prefiero que lo invierta en hablar más con el alumnado a nivel individual, en conocerles mejor, en acompañarles, en jugar con ellos, en retarles … En este sentido, el libro de texto libera al profesor de tener que crear infinidad de materiales y, al menos en teoría, le permite centrarse más en el alumnado.

En cuarto lugar, y aunque sea un argumento menor, si buscamos la colaboración de las familias  ¿no es más orientador para ellas tener de referencia un (buen) libro de texto? Vale, eso puede suponer un coste económico, pero este problema quizá lo podemos resolver por otro lado.

Debo reconocer que a la hora de rechazar los libros de texto me pesa y me frena el tiempo que pasé de educadora en un barrio en el que en muchas casas los únicos libros que entraban eran los del cole. Por eso me cuesta prescindir de ellos.

Bueno, creo que me he metido en un jardín… pero al menos espero haber expuesto mi punto de vista con educación.

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