Diría que existe una persistente antinomia educativa entre el valor de la diversidad y el de la igualdad. Dos situaciones me han refrescado esta reflexión: por un lado, una consulta acerca de una actividad que tenía que ser integradora de las diferencias culturales y, por otro lado, la lectura de Semejantistas y diferencistas, un artículo muy interesante de Sergio del Molino (aunque su enfoque es más bien político).
La verdad es que creo que me he equivocado muchas veces defendiendo apasionadamente y sin demasiados matices la riqueza implícita de la diversidad… En educación y en la vida en general, ¡los matices siempre son necesarios!.
Me parece que, sencillamente, a veces no toca poner el foco en la diferencia, ni siquiera bajo la excusa de educar en su respeto.
Por poner un ejemplo, tal vez no es lo mejor, con niños y niñas muy pequeños, insistir en trabajar sus procedencias culturales diversas, cuando para ellos todavía no son significativas y ni siquiera las ven. ¡Podríamos estar creando prematuramente un problema que no tienen!.
Sin embargo, sí que toca, con estos niños y niñas -insisto en que me refiero a la pequeña infancia- acostumbrarles a trabajar juntos, a jugar juntos, a enfrentarse juntos a retos y problemas. A vivir con naturalidad la pluralidad, sin problematizarla antes de tiempo. Probablemente este roce, este “hacer cosas juntos” sea la mejor de las actividades inclusivas, sin más aderezos.
Por ello, los proyectos de aprendizaje-servicio son una herramienta poderosa para poner en su lugar a la diversidad en lugar de entronizarla: en ellos, los niños y niñas emprenden juntos una acción que no les beneficia directamente, sino que beneficia a otras personas. Y esta acción, que es fundamentalmente social, actúa como un matizador natural: todos cooperan en pie de igualdad para provocar mejoras en el entorno.
No quiero decir con esto que no haya que ensalzar la riqueza de la diversidad de procedencias ni que no sea necesario abordar como un problema la intolerancia frente a las diferencias. Sobre todo esto y en su momento, hay que reflexionar, leer, debatir…
Pero busquemos también vivencias complementarias en las que, sin obsesionarnos con lo bonita que es la diversidad, sea posible evidenciar que no somos tan diferentes. De hecho… ¡somos básicamente iguales!
Me parece una reflexión interesante y necesaria. Sin intención de llegar al “cualquier tiempo pasado fue mejor”, cuando yo estaba en Secundaria (tengo 34 años) se insistía en el mensaje de respetar al resto, independientemente de las diferencias de cualquier tipo. Es cierto que ese pensamiento tiene sus problemas, pero todo puede tener un punto medio y, como indicas, una gradación.