Estuvimos cenando con lo que en Argentina llamarían “dos grosas”, es decir, dos mujeres grandes en el sentido moral del término: una uruguaya, Carmen Rodríguez y una catalana, Xus Martín.
Ambas comparten larga e intensa experiencia en el trabajo con adolescentes vulnerables, que han tenido una infancia y una vida familiar muy problemática. En ocasiones -como describía Carmen- una vida “insoportable”.
Adolescentes tutelados que tal vez saltaban de institución en institución… hasta que el sistema, cuando llegaban a la mayoría de edad, los expulsaba de ellas, como si a los 18 años, de repente. pudieran cambiar de golpe las capacidades y oportunidades para ellos, y pudieran incorporarse sin más a la vida adulta e independiente, cosa que no es cierta.
Carmen y Xus coincidían en muchas cosas relativas a los sentimientos de ira, al retraso en el capital cultural y conocimientos básicos, a la falta de práctica en habilidades sociales básicas…
Y también coincidían en que una fórmula -por llamarlo de alguna manera- razonable de calmar y ordenar su vida es garantizarles dos cosas:
Por un lado, redes afectivas que les proporcionen apoyo emocional. Para estos chicos y chicas las amistades cuentan mucho, máxime cuando la familia no ha podido cubrir bien sus necesidades de cariño incondicional.
Por otro lado, la oportunidad de participar en una acción que no esté centrada en ellos mismos. Que les haga salir, ni que sea esporádicamente, de su pozo de sufrimiento y negatividad. Un buen ejemplo son las acciones solidarias o las de aprendizaje-servicio.
Yo no trabajé nunca con exactamente el mismo perfil de jóvenes que estas dos grosas, pero comparto estas premisas, que probablemente se pueden generalizar más allá de los entornos vulnerables.
Recuerdo las discusiones que mantuve a veces con educadores que no se atrevían a proponer a los adolescentes actividades que no fueran endogámicas, bajo la excusa de que “primero se tienen que conocer bien entre ellos, luego el grupo se tiene que consolidar y, finalmente, ya veremos si son capaces de hacer algo más”.
Esta argumentación siempre me resultó tramposa, porque las personas se conocen y se aprecian precisamente cuando hacen algo juntas, no cuando se miran al ombligo y se lamen las heridas. La verdad es que no tuve mucho éxito argumentando esto y muchos jóvenes con los que trataban el equipo de educadores no parecían superar nunca la inacabable etapa de conocerse y consolidarse como grupo. En fin…
Recomiendo vivamente dos libros de ambas autoras:
Lo insoportable en las instituciones de protección de la infancia, de Carmen Rodríguez.
Entornos que capacitan. Intervención con adolescentes y jóvenes en riesgo de exclusión, de Xus Martín.
Para salir adelante, los chicos y chicas vulnerables necesitan oportunidades. Y entre otras, dos muy relevantes: la oportunidad de saber que alguien les necesita y la oportunidad de saber que alguien les quiere.
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