Durante el período preelectoral, el señor candidato Dani Sirera afirmó que no iría a tomar un café con la señora candidata Ada Colau. Esta frase se me quedó resonando y me impulsó a preguntarme a mi misma con quién no iría yo a tomar un café.
La verdad es que podría hacer una lista, bastante corta por fortuna, de personas que en algún momento de mi vida me han resultado tóxicas en el plano de la relación personal. Personas a las cuales, a día de hoy, prefiero no frecuentar, ni acercarme a menos de doscientos metros, más por salud mental que por otra cosa.
Pero en el plano político no sabría bien a quien poner en la lista de los “no-cafetables”. Porque yo sí que me iría a tomar un café con el señor Sirera. Probablemente no tengamos muchas cosas en común, pero esto me resulta insuficiente para rechazar un café y una conversación.
En primer lugar, porque escuchar frente a frente argumentos distantes a los míos me ayuda a comprender el mundo complejo en el que vivimos y, sin duda, a ser más flexible. La democracia es pluralidad y exige pluralismo. No sólo hay que aceptarlo, es que también hay que desearlo. Perseguir una sociedad donde todos piensan lo mismo que yo creo que no casa bien con la democracia. Además, a mi me pasa que disfruto estando rodeada de gente diferente.
En segundo lugar, porque -aunque sea ya un tópico afirmarlo- una cosa son las ideas y otras las personas. A las personas, un respeto. A las ideas, depende. No se toma café con unas ideas, se toma café con una persona. Y tomar un café puede significar unos minutos de serenidad, algo muy necesario en medio de la vorágine de descalificaciones, fake news, agresividad inútil…
Y en tercer lugar porque vete a saber si a lo mejor compartimos cosas que me interesan y que me valen sobradamente un café. Por ejemplo, ¿y si resulta que ese señor corre? ¿y si es aficionado a la montaña? ¿y si es un seriófilo como yo? ¿y si tiene en su casa un comedero de pajaritos? ¿Y si hay, a pesar de todas las diferencias, aspectos de la ciudad que nos preocupan a ambos…?
Por ingenuo que parezca, creo que a veces se pueden tender puentes insospechados que son muy útiles para dialogar sin rencor.
¡Que la cultura del odio, si no te hiere, al menos te cansa profundamente!
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