Confieso que a raíz de la nieta me he reconciliado con los parques infantiles. Tiempo atrás me parecían instalaciones poco imaginativas, repetitivas, sin mucho interés.
Pero… ¡craso error! Cada vez conozco más parques infantiles estimulantes, divertidos y bonitos. Nada que ver con patios áridos salpicados de columpios esqueléticos y toboganes oxidados.
Los parques infantiles que veo en las ciudades y los pueblos tienen pasarelas, casitas, torres, tubos, paredes de escalada a pequeña escala, túneles y, por supuesto, también toboganes y columpios, pero mucho más ergonómicos, de colores brillantes y materiales muy diversos: madera, plástico, caucho…
El caso es que ir al parque a jugar es una buena opción para una criatura, probablemente lo más parecido a jugar en la calle de un pueblo o bien en un entorno natural, lo que para mí es lo más.
Ahora mismo en las ciudades no hay espacio silvestre donde jugar con seguridad subiéndose a los árboles, mojándose los pies, tirándose piñas o haciendo corralitos con la pinaza. No, eso no lo tenemos a mano, aunque podemos disfrutarlo si nos alejamos de vez en cuando de la ciudad para sumergirnos en la naturaleza.
Pero, mira, es que además, aunque el parque infantil no luciera un diseño supermoderno, aunque fuera “de los antiguos” y sólo contara con los viejos toboganes y columpios de hierro de toda la vida, también cumpliría una función indispensable, que es la de levantar a los niños y niñas del sofá y sacarlos de casa un rato largo para que se aireen, se muevan, corran, se caigan, se rasquen las rodillas, lloren, busquen una fuente, se laven con agua y se olviden de las pantallas.
Recuerdo que cuando mi hija era pequeña de vez en cuando nos decía muy convencida: ¡necesitamos que nos toque el aire!. Eso significaba ¡salgamos ya! y tenía mucha razón. Todos lo necesitábamos.
La semana pasada fuimos a una fiesta de cumpleaños en un jardín que contaba, ¡oh, maravilla! con una cama elástica. Las niñas y niños la colonizaron inmediatamente no sólo para saltar como posesos, sino también para jugar a otras cosas “dentro” de ese espacio. Era una cama elástica, pero también era una casita, una cueva, un corralito… donde inventarse un montón de juegos.
¡Y pensar que hace años me parecía una atracción hortera y sin sentido! ¡Cuánta soberbia e ignorancia por mi parte! Aunque no hay nada comparable a jugar en el bosque salvaje, ¡bienvenidos sean los parques infantiles!
Mi nieta tenía apenas 2 o 3 años y me sorprendió ciuando desde el asiento trasero de mi auto, señaló con su manito el espacio verde de una plaza.
Me tocó la nuca y en su media lengua recién estrenada me dijo: ” Me gusta eso, a mi”..
Entonces supe que ya había entendido que el aire, el verde y el sol eran una hermosa opción de paseo.
Gracias Roser por recordarmelo.