Esto repetía el señor Cruz cada año, cuando alguien intentaba venderle un número de la lotería. A veces decía te compro un número, pero no nos va a tocar, porque ya nos ha tocado. Se refería a que disfrutaban del afecto de la familia, que comían tres veces al día, que tenían una casa y, si se ponían enfermos, podían ir al médico sin más historias.

La anécdota es de su hija Mar Cruz y nos la contó el sábado pasado, en la reunión que tuvimos de junta directiva de la Red Española de Aprendizaje-Servicio.

La frase me ha estado resonando en la cabeza desde entonces, como una de esas músicas que se te enganchan y te sorprendes tarareándolas continuamente sin darte cuenta.

Señor Cruz, tenía usted razón. Nos ha tocado la lotería y lo grave es que muchas veces no nos damos cuenta hasta que tropezamos, caemos y, en lugar de hundirnos, alguien nos alarga la mano, nos levanta del suelo, nos cura, nos protege y nos consuela.

Nos ha tocado la lotería por vivir donde vivimos, como vivimos y con quien vivimos. A pesar de que muchas cosas no nos van bien, que nuestro Estado del Bienestar es inestable y está amenazado, que todo podría ir mejor y que es desesperante comprobar como no aprendemos de los errores.

Sí, a pesar de los pesares, ya nos ha tocado la lotería, porque aunque tenemos problemas serios, nada es comparable con los problemas de supervivencia en otras partes del mundo.

Eso pienso cuando leo el periódico cada mañana, frente a mi café.

Natalia Anoshina tiene 51 años. Nunca se había planteado aprender a manejar un fusil. Pero después de oír las atrocidades cometidas en Bucha, cuando su hija de 18 años propuso que se inscribieran, ella estuvo de acuerdo. “Es una pesadilla. Es que es espantoso. Mi cabeza no puede procesar esta información, este horror”, comenta sobre lo ocurrido en las afueras de Kiev. Ataviada con su sudadera con capucha, vaqueros y unas Crocs moradas, Natalia observa a su hija. Anya está echada y apoyada sobre los codos en el campo de tiro, y monta la escopeta de aire comprimido que sostiene contra el hombro para cargarla con un perdigón. “Te hace ver las cosas con otra perspectiva”, comenta. “Estas son las cosas que te llevan a tomar decisiones inesperadas. Ahora cualquier cosa puede ayudarte, como estas clases de tiro”.

Me ha tocado la lotería.

Vivimos aquí todo el tiempo porque no tenemos un lugar a donde volver, lamenta la mujer, de unos 50 años. Otras de las personas resguardadas de las bombas en el metro pasan el día en sus propias casas, para regresar por la noche a la seguridad del sótano más profundo de la ciudad. Pero su familia no tiene dónde ir. Salió de su hogar el primer día de conflicto tras una fuerte explosión que hizo temblar todo el edificio. Nunca más pudieron regresar. 

Me ha tocado la lotería.

Tiene 19 años y vive en un pequeño pueblo entre Bucha y Irpin. Unos días antes de que las tropas rusas se retiraran de la región de Kiev, salió de su casa para intentar ir a ver a sus padres. No llegó. Fue secuestrada en el camino y llevada a un sótano y allí pasó encerrada cuatro días, junto a una decena de mujeres. Los soldados las subían a la planta superior por turno y las violaban en grupo. “Cada vez ella pensaba que sería la última, que ya la matarían después”, cuenta Natalia Miroshnycenko, la psicóloga que desde hace dos semanas se ha hecho cargo del caso de esta joven, una de las mujeres que están empezando a denunciar las violencia sufridas n los territorios ocupados por las tropas de Moscú.

Me ha tocado la lotería.

Me doy cuenta de la suerte que tengo cada mañana, con un cafetito caliente al lado. Pero cuando acabo de leer el periódico la vida continúa. Y vuelve, obstinada, la vieja amiga amnesia, tal vez necesaria para no tirar la toalla, para no angustiarse pensando que no hay nada que hacer y que sálvese quién pueda, que cada uno se preocupe de sí mismo porque este mundo va directo al desastre total.

Mala receta, el egoísmo: Olvida que el gordo de la lotería es una sociedad cohesionada y acogedora.

 

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