Imagínate que vas a pasear por la selva, en una zona natural pública, donde nadie puede impedirte el paso. Tienes todo el derecho del mundo si quieres pasear por ahí. Pero llegas al linde del bosque y compruebas que hay animales salvajes no muy amistosos, con aspecto de poder y querer atacar.

Tienes dos posibilidades: la primera es entrar igualmente, pensando que estás en tu derecho y que las fieras ya se apartarán respetuosamente y te dejarán tranquila. La segunda es dar media vuelta: no tienes ganas de ponerte en peligro.

¿Qué haces? O mejor dicho, ¿le aconsejas a tu hija que pase de las fieras y que se arriesgue a entrar?

Bueno, pues ahora tu hija no está al borde de la selva, sino en el andén del metro. Es de noche y vuelve de una fiesta. Llega el tren y justo el vagón que se para delante de ella está ocupado por un grupo de chicos claramente alcoholizados, gritando y cantando obscenidades.

Sabes que tiene dos posibilidades: la primera es entrar en ese vagón y arriesgarse a pasar un rato cuando menos desagradable y, en el peor de los casos, a ser objeto de acoso. La segunda es entrar en otro vagón donde los pasajeros parecen comportarse civilizadamente.

Ni harta de vino le vas a aconsejar a tu hija que entre en el vagón conflictivo. Por mucho derecho que tenga (y lo tiene) de usar el transporte público. Le vas a decir, más o menos: no vayas directa al lío. ¿Por qué? Porque con las personas que se comportan como animales salvajes no es posible razonar ni tampoco exigirles que nos respeten. Esto no funciona y lo sabemos. Para colmo, suelen tener más fuerza física.

La temeridad no es nunca una buena compañera, aunque a veces parezca que tiene justificación en la reivindicación de un derecho. La temeridad puede confundirse con la valentía, pero es producto de la inconsciencia.

Hay que enseñar a nuestras hijas a defenderse, a hacer valer sus derechos, a no someterse… pero de ninguna manera las podemos animar a que se pongan en peligro. Primero que se protejan y se pongan a salvo… y luego pongámonos todas a reivindicar y a luchar por nuestros derechos. Por este orden, sin ingenuidades.

Este 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la mujer. Aprovechemos para tocar de pies en el suelo y no olvidemos que los borrachos de alcohol y machismo, como las bestias de la selva, no se apartan voluntariamente ni reconocen derechos.

Ingenuidad, la justa.

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