En medio de una tormenta de pésimas noticias (ola de calor insoportable, terremoto de Haití, victoria de los talibanes en Afganistán…) este agosto más que nunca me siento una privilegiada que debería dar gracias y no parar.
Porque, al igual que otros veranos, estoy disfrutando de vacaciones en la montaña. Y dicho así, a día de hoy, en medio de tanta desgracia, suena casi como una obscenidad. Mientras firmo manifiestos, me adhiero a campañas y comparto mi angustia con compañeros y compañeras tan impactados como yo, resulta que he podido mantener la tradición veraniega de subir un pico de tres mil metros.
Este año hemos vuelto -¡por cuarta vez!- al Balaitús, un viejo amigo de 3.144 metros que nunca defrauda, aunque, a decir verdad, tanto a esta montaña como a nosotros se nos notan los años. Lo nuestro es evidente porque pasamos de los 65. Y el envejecimiento del Balaitús se nota en el retroceso de los neveros, con el consecuente afloramiento de la roca fragmentada e inestable, que nos ha complicado mucho la ascensión y, sobre todo el descenso.
Para empezar, partiendo del Refugio Larribet y buscando la vía “normal” de la Gran Diagonal, ya no se aconseja cruzar la cresta por el tradicional Col Noir, actualmente muy peligroso por lo delicado del terreno, sino por la Brèche des Ciseaux (2.286 m). En la foto de la izquierda estoy yo atravesando lo que queda de un nevero en dirección a esta brecha. A pesar de la estupenda reseña que consultamos previamente y de la confirmación de la guardiana del refugio, este paso a la vertiente sur resultó también bastante complicado.
Por precaución, llevamos cascos que nos pusimos al llegar al Abri Michaud (2.700 m), una cueva para vivaquear en caso de necesidad… o, como hicimos una vez, hace 40 años, por el puro placer de pasar una noche al raso. Desde este punto parte la Gran Diagonal. La foto de la derecha pertenece a la web francesa Topopyrenees y presenta el esquema general de esta vía,
La dureza de la ruta quedó compensada por dos elementos positivos: en primer lugar, porque, alcanzamos la cima después de 5 horas y 40 minutos de haber salido del refugio. Contando 30 minutillos de paradas y pausas varias, eso significa 5 horas y 10 minutos de marcha efectiva, lo cual está muy bien para nosotros.
El segundo elemento positivo fue que compartimos la ruta con José Luis, una nueva amistad que hicimos en el refugio. Formaba parte de un grupo de montañeros navarros en travesía, pero le apetecía subir un 3.000 y se acobló a nosotros para reencontrarse después con sus compañeros en el Refugio Respomuso.
Sí, me siento una privilegiada por tener vacaciones, por vivir donde vivo, por comer tres veces al día, porque mi país no está en guerra, por hacer amistades en la montaña, por tener un techo bajo el que dormir y, porque, cuando no lo tengo, es porque he ido expresamente a buscar la compañía de las estrellas.
Porque todo lo que nos rodea, en especial la situación de las mujeres afganesas, es peor que el cuento de la criada. Mucho peor. Y yo no estoy dentro. Un lujo del que empiezo a dudar si me lo merezco.
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