Cuando yo era adolescente, ninguna de mis amistades quería ser policía. Y si alguien hubiera expresado esa aspiración, se le hubiera mirado con incredulidad y sospecha.

Estamos hablando de los años setenta y ochenta. Hace casi cincuenta años, poca broma. La policía tenía entonces mala fama, al menos en el entorno en que yo me movía. Los polis eran directamente los malos de la película, el “cuerpo de represión” del estado franquista. Vade retro, Satanás. Bueno, en realidad muchos podemos contar batallitas que justificarían esa valoración.

En ese momento, a alguien que quisiera ser policía automáticamente se le consideraba cómplice incondicional de la dictadura, de la represión, del atropello a los derechos humanos, etcétera. Cuando menos, se pensaba que la persona que quería ser policía nada bueno, previsiblemente, llevaba en su interior. Dios los cría y ellos se juntan.

Después de la muerte de Franco y de la llegada de la democracia, creo yo que la fama de la policía, lo que se dice mucho, no mejoró. Fueron necesarias  algunas décadas más para interpretarla y para desearla como garante de derechos en una sociedad democrática o, dicho de otra manera, para no poder imaginar una sociedad democrática sin “cuerpos de seguridad del Estado”.

Una reciente encuesta acerca de lo que desean ser de mayores los niños y las niñas españoles otorga, en el caso de los varones, un apreciable 13,5% que desea ser policía, sólo por debajo de futbolista y médico. En el caso de las niñas, el porcentaje es del 5,2%, por debajo de médico, profesora, peluquera, veterinaria, futbolista, enfermera y cantante. En conjunto, parece que vamos asumiendo que se trata de una profesión que puede ser interesante.

Todo esto se me ocurría siguiendo la impactante serie Antidisturbios, de lo mejor que he visto últimamente. Pero así como los niños y niñas normalizan la profesión, tengo la impresión de que algunas críticas hacia la serie formuladas por dos sindicatos policiales parecen insistir en desnormalizarla, acusando la serie  de ofensiva, mentirosa, alejada de la realidad…

Es cierto que Antidisturbios presenta personajes contradictorios, permanentemente al borde de la agresividad, algunos de ellos consumidores de cocaína, otros acostumbrados a las corruptelas…  pero ¿es que no hemos visto estas cosas docenas de veces en las películas americanas y europeas de policías, espías, agentes de la CIA… y en esos países no se hunde el mundo? ¿es que no hay gente corrupta o por lo menos moralmente ambigua en todas las profesiones? ¿es que somos todos tontos y no sabemos diferenciar lo que es una ficción de lo que es la realidad?

Recuerdo una película, Crash, que expresaba contundentemente lo ambivalentes que somos las personas en una escena donde un policía bravucón, grosero y detestable arriesga su vida salvando a una mujer atrapada dentro de un vehículo tras un accidente de coche. Era la mujer -y no lo sabía- de la cual había abusado anteriormente. Ese policía no era ni un villano total (a pesar de su machismo), ni un héroe total (a pesar de su acto heroico), sino que, probablemente, tenía un poco de las dos cosas.

A mi la serie me ha fascinado desde el primer capítulo. Creo que es cine del bueno. Y la sensación final que me queda de la policía no es la de un colectivo odioso y rechazable, sino un colectivo de profesionales de auténticos servicios esenciales, sometido a una presión extrema, al que nos interesa cuidar y prestigiar para que desarrollen su finalidad social, que no es otra que protegernos.

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