Hacía bastante tiempo que no oía la pregunta ¿falta mucho? Pero estos últimos días en el Pirineo he tenido que responderla hasta aburrir a las ovejas, o mejor diría a los sarrios, ya que ha sido en los itinerarios al Estany de Besiberri y al Plan de Aigualluts.
En general los preocupados por la distancia o la duración de la excursión eran familias que arrastraban literalmente a sus hijos o bien personas claramente desentrenadas y desinformadas, que no sabían dónde se habían metido.
Cuando me preguntan cuánto falta suelo mentir un poco. Les digo siempre un poquito más de lo que yo calculo al verlos. Soy así de mala y mentirosa, pero prefiero curarme en salud y no animarles si ya de entrada muestran signos evidentes de cansancio o hartazgo.
Más que las parejas o las personas individuales, me preocupan las familias que llevan a sus hijos de excursión sin tener pajolera idea de lo que les espera. Creo que convierten -sin quererlo, claro- una bonita experiencia en una tortura innecesaria de las que dejan huella. Y el planeta necesita amantes de la naturaleza, no odiantes.
De manera que he confeccionado un listado de los 7 mejores aciertos para conseguir que nuestros hijos e hijas odien la montaña desde su tierna infancia:
- No preparemos la excursión, ¡que improvisar es muy divertido!: no miremos el parte del tiempo, no nos informemos del itinerario, ignoremos si hay fuentes de agua potable, etcétera. Si nos pilla la tormenta y nos calamos hasta los huesos, mejor que mejor.
- Si la preparamos, busquemos la ruta de mayor desnivel y complejidad, para que nuestras criaturas queden lo más agotadas y desanimadas posible. Pero así podremos presumir con las amistades acerca de nuestras proezas.
- El día de la excursión, levantémonos y salgamos tarde, ¡que tampoco es necesario madrugar cuando uno está de vacaciones!. Así nos caerá un solazo del demonio y la fatiga estará garantizada. Por supuesto, ¡nada de llevar gorra para protegerse del sol, ni crema solar, ni cantimplora! Todo esto pesa mucho y es muy molesto.
- Hagamos un montón de selfies chorras, pero que no se nos ocurra fotografiar lo que nos ofrece el entorno: un riachuelo, un sapo, una cascada, un árbol monumental. Vaya, que no mostremos el menor interés por la naturaleza. No sea que a nuestros hijos e hijas les llegue a interesar algún día y se aficionen.
- Por supuesto, no llevemos ningún mapa… ¡qué cosa más anticuada! Total, los niños no lo van a entender (en realidad, quizá somos nosotros los primeros que no nos aclaramos). De esta manera les ahorraremos la experiencia de identificar en el mapa lo que vamos encontrando en el camino.
- Saltémonos el camino marcado inventándonos atajos y deteriorando un poco más el paisaje, a fin de recortar tiempo. Así tendremos más posibilidades de tropezar y caernos y probablemente nos dolerán más las rodillas al día siguiente, algo sumemente disuasorio.
- No llevemos comida, o llevemos cuatro chuches para que no se quejen demasiado y no nos molesten. ¡Se trata de comer bien la a vuelta! Además, no reponer fuerzas durante la excursión es una manera muy efectiva de agotarse o incluso marearse… ¡va de fábula para odiar la montaña!
Quizá me faltan unos cuantos trucos más, pero creo que siguiendo éstos, aunque no sean todos, los resultados en términos de aborrecimiento pueden ser espectaculares.
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