Cada año hacemos una “montserratada”: una ruta caminando durante dos días acabando en el Monasterio de Montserrat.

Esta vez hemos cambiado la lógica. Nos hacía ilusión seguir el recientemente trazado Sender del Mil·lenari, pero para ello teníamos que tunearlo un poco.

Se trata de un itinerario circular que rodea el macizo también adentrándose en él. A fin de adaptarlo a nuestras capacidades, aunque la ruta original parte y acaba en el Monasterio, decidimos que lo fragmentaríamos en dos etapas y que la noche del sábado al domingo la pasaríamos allí. De manera que nuestro itinerario completó 28 km y 1500 m. en total, como la ruta original, pero siguiendo este circuito:

Primer día: Can Maçana (dejamos los coches)- Coll de Guirló – Pas de la Portella – Era dels Pallers – La Plana Llarga – Can Salses – Can Jorba – Vinya Nova – Collbató – Coves del salnitre – camí de Les Feixades – Sant Miquel – Monestir.

Segundo día: Monestir – Escales dels Pobres – Pas dels Francesos – Santa Anna – Pla de la Trinitat – Camí de l’Arrel – Santa Cecília – Canal de Sant Jeroni – Canal de la Font del Llum – Canal del Miracle – Roca Foradada – Coll de Guirló – Can Maçana (recogemos nuestros coches).

Aunque el primer día caminamos 19 km y el segundo 9 km, con un desnivel no muy diferente, la segunda etapa se nos hizo mucho más dura, en gran parte por el destrozo que las últimas lluvias torrenciales causaron en las canales que atravesamos.

Si hace años la Canal de Sant Jeroni era una buena y relativamente rápida solución para ascender a la cima de Sant Jeroni (1.237 m), una vía que yo misma había practicado con adolescentes, actualmente ya no la recomendaría a nadie: obstruída, deslizante, inestable… en una palabra: peligrosa.

A pesar de la desazón que nos causa pensar que tal vez la montaña se está desmontando poco a poco, Montserrat sigue siendo un imán poderoso donde se junta todo tipo de gente: excursionistas, escaladores, personas atraídas por el contenido religioso y patrimonial, turistas que simplemente quieren visitar un lugar icónico…

Entre las cosas bonitas que me llevo esta vez está la enorme cabra salvaje ibérica que apuraba los matorrales sin hacernos caso a pocos metros del Monasterio; el cielo diáfano que nos regaló un día de gran nitidez; las muchas personas amables que nos encontramos durante la ruta -esas que te dan los buenos días, te sonríen y te desean que pases una buena jornada-; el verdor y la humedad del suelo que siempre me reconforta y las hojas en forma de corazón del aritjol (Smilax áspera, zarzaparrilla)  que recogí para mi nieta. Para mis amigas biólogas: que coste que sólo cogí cuatro. Si es un pecado, será pequeño, digo yo.

Y, por supuesto, la suerte de realizar esta ruta con amigos y amigas con los que una puede disfrutar de los pqueños detalles, porque de cualquier cosa se saca una lección.

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