Me aficioné hace tiempo a los pájaros: observarlos, identificarlos, incluso ponerles un comedero en la terraza para contribuir a mantener la biodiversidad en la ciudad. Además, soy socia de SEO Birdlife, la organización veterana que trabaja por la conservación de la naturaleza poniendo el foco en las aves y en diversas ocasiones he participado en rutas ornitològicas de descubrimiento, reconocimiento o contabilización.
Me bajé una aplicación buenísima, Merlin, que me facilita, cuando voy por ahí y escucho un canto, saber de qué ave se trata. ¡Muchísimas gracias, querida Mireia Querol, por aconsejárnosla!
Más cosas: hace apenas una semana disfrutamos de una ruta de avistamiento de aves esteparias en la provincia de León, de la mano de Manuel González, de la empresa Masquepájaros, y tuvimos ocasión de conocer la majestuosa avutarda, el pájaro más grande de la Península Ibérica. ¡A mi me llegaría hasta la cintura! También descubrimos el aguilucho cenizo, el esquivo sisón y otras muchas aves amantes de los espacios secos, llenos de matorrales y cercanos a los campos de cereales.
Pero bueno, mi entusiasmo por los pájaritos tiene un límite, y se llama gaviotas. ¡No las soporto! Pensaba que la zona donde vivo se había librado milagrosamente de ellas y, sólo por precaución, hace tres años instalamos en la barandilla de la azotea un falso buho de plástico duro, de esos que muven la cabeza y en la distancia se pueden confundir bastante bien con un animal real. Pues va a ser que no nos hemos libradode ellas, porque esta mañana ya me han dado un disgusto.
Subo a la azotea del edificio, dónde sólo nosotros -es lo que tiene vivir en guirilandia- tendemos sábanas y toallas. Y, de repente, dos o tres gaviotas asesinas se abalanzan gritando y revoloteando a poco más de un metro sobre mi cabeza, con la clara intención de expulsarme.
Yo no entendía qué demonios estaba pasando, pero por si las moscas he bajado a casa a buscar refuerzos. Subimos mi marido y yo armados con el palo de una escoba y, bajo los gritos terroríficos y vuelos rasantes de los pajarracos, descubrimos que han montado un nido en una de las jardineras, en el que duermen pácidamente tres huevos. Ahí estaba el asunto, la razón de tanta agresividad.
¿Qué hay que hacer cuando te encuentras un nido de gaviotas justo en el lugar donde tiendes la ropa, no habiendo otro lugar para hacerlo? Bueno, me he puesto a bichear por internet para intentar proceder de la manera más ecológica y respetuosa posible, pero la verdad es que todas las pautas que encuentro parecen ser para aves encantadoras, aquellas que, aunque puedan provocar algunas molestias, una se siente inclinada a respetarlas: golondrinas, vencejos, cernícalos primilla, cigüeñas…
Si las gaviotas, como las ratas, son una auténtica plaga, ¿hay que actuar con un lirio en la mano? Lo siento, no me trago que un nido de gaviota sea tan respetable como un nido de avutarda. ¡Necesito urgentemente un halcón!
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