Será o no casualidad, pero ya me sé de varias parejas de millenials -esa generación nacida entre el 81 y el 96- que se separan por el mismo motivo: los varones se cansan, agobian y saturan con la responsabilidad de la paternidad.
En los casos que yo conozco, todos quisieron en su momento tener hijos. E incluso algunos tuvieron más de uno. Pero probablemente no se imaginaron lo que eso conlleva y muy rápidamente añoraron su libre, juvenil y despreocupada vida anterior.
La añoranza pronto se acompañó de desgana al ejecutar las tareas domésticas y de cuidado de la prole. Desgana y desmemoria, porque nunca se acordaban si faltaban o no pañales, si había que llevar la criatura al pediatra, si le tocaba alguna vacuna… Las clásicas tareas de crianza que en el siglo pasado eran exclusivas de las mujeres y que “de boquilla” todos afirmaban que había que compartir, seguían siendo prácticamente exclusivas de las mujeres actuales.
A la añoranza, desgana y desmemoria vamos a añadir la ceguera y la falta de empatía, porque las horas de dedicación a los cuidados por parte de las mujeres apenas las ven ni las valoran. Incluso a veces se quejan de que la casa no está tan ordenada como ellos quisieran, lo cual tiene delito, porque ellos dedican cero minutos a ordenarla.
Recopilemos: añoranza, desgana, desmemoria, ceguera, falta de empatía … para finalmente acabar en hartazgo y conflicto con sus parejas, mujeres millenials que ya no se callan, ni se creen que tienen que aguantarlo todo, ni están dispuestas a abandonar su trabajo para dedicarse a tiempo completo a los cuidados. Bueno, a veces tampoco podrían permitírselo ni que quisieran, por razones económicas.
Las discusiones van en aumento y la hora de llegada del varón a casa se va retrasando al tiempo que se va llenando la mochila y carga mental de las mujeres, que tienen que estar al caso de todo.
Llega un momento que la pareja colapsa. Se acabó. Ya no pueden convivir más. Y la mujer admite que se le acabó la fantasía de la paridad, que tiene que resolver en solitario todas las tareas de la crianza y siente que casi prefiere no tener que arrastrar, además, un marido resentido y quejica. El cariño y la atracción se van disolviendo como un azucarillo.
Siempre he pensado que en el movimiento feminista hay que establecer prioridades. Yo relegaría los discursos a un honroso segundo lugar y pondría en primer lugar incidir en el hábito del reparto de tareas domésticas y de cuidados, un tema sin duda más prosaico, pero mucho más concreto. Demasiada abstracción nos pierde.
Lo siento, corazón, pero te ha tocado. Escogiste vivir en pareja. Escogiste tener hijos. Eso implica compromisos y responsabilidades y no te puedes zafar. Es una cuestión de justicia.
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