No vayamos a creer que es tan fácil. Convertir las reuniones en momentos aborrecibles requiere un cierto entrenamiento y perseverancia. Pero se puede conseguir. De hecho, muchísima gente lo consigue. Comparto algunos trucos infalibles:

  1. Jugar con el estimulante factor sorpresa: no hay que programar las reuniones con antelación, mejor convocarlas según nos vayamos acordando que debemos hacer alguna.
  2. Improvisar aquello de lo que tenemos que hablar. Nada de fijar un orden del día, ni establecer prioridades, ni preparar nada antes. La improvisación en las reuniones es la herramienta básica para perder el tiempo. ¡No la abandonemos!
  3. Evitar el utilitarismo y el pragmatismo: no nos propongamos ningún objetivo concreto a alcanzar en la reunión. Se trata de discutir y debatir sin llegar a ninguna conclusión.
  4. Ser comprensivo y empático con las personas que más hablan y que más gritan. Hay que dar libertad y dejarles rienda suelta, son gente creativa que necesitan expresar su creatividad. Por tanto, nada de moderar la reunión ni controlar el tiempo. Si por lo que fuera hubiera que nombrar un moderador, aseguremos que sea una persona proclive a despistarse y sin la mínima autoridad sobre las demás.
  5. Salpicar la reunión de divertidas interrupciones, idas de olla y divagaciones sin rumbo. Eso le pone salsa y da buen rollete.
  6. Hay que ejercitar la memoria. Por tanto, evitar tomar nota durante la reunión, así como hacer un resumen de lo que se ha hablado y circularlo luego.
  7. Acabar la reunión lo más vaporosamente posible, como el rosario de la aurora: sin repartir responsabilidades, sin poner plazos, sin fijar cuándo sería la próxima. Así garantizaremos el desánimo y la desafección.

¿Para qué queremos reuniones ágiles y útiles cuando fácilmente podemos convertirlas en una tortura para el trabajo en equipo?

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