¡Con qué facilidad confundimos organización y disciplina! En el trabajo en equipo, cuando algo sale mal, es frecuente aducir que “nos hemos organizado mal”, que “ha fallado la organización…” Bueno, es verdad, a veces esto es lo que ocurre. Pero muchas otras veces lo que falla es la disciplina, no la organización. Por poner un ejemplo:

Montamos una celebración y nos repartimos el trabajo entre todo el equipo. Lo hacemos bien, con sentido común, de manera que a cada una le toca lo una tarea que efectivamente puede llevar a cabo, elaboramos un calendario razonable, las indicaciones son precisas, todo el mundo tiene claro el qué, cuándo, cómo y dónde… y sobre todo, el “quién”.

Pero resulta que a mi me toca contactar con el cátering, concretar el menú, hacer la reserva y seguir el proceso hasta el día del evento. Y no lo hago cuando debo hacerlo. Lo dejo para el último momento, tal vez porque es una tarea que no me gusta y la voy posponiendo. O por otras razones, o simplemente por pereza. Total, que la víspera de la celebración lo del cátering no está suficientemente atado: ¡estrés suplementario para todo el mundo!

No puedo achacarlo a fallos en la organización: falló mi disciplina a la hora de llevar a cabo la tarea acordada. Punto.

Lo que ocurre es que aducir fallos de organización de alguna manera traslada la responsabilidad al grupo (porque la organización es un asunto más “colectivo”) y, en cambio, aceptar la falta de disciplina personal es colocar la responsabilidad individual en primer término. Hablar de mala organización es menos desagradable que hablar de falta de disciplina.

De hecho, este es el riesgo del trabajo en equipo. Que una se puede columpiar y luego tirar pelotas fuera. Dicho así suena un poco fuerte, de manera que lo voy a matizar: una puede fiarse demasiado de que el grupo compense las limitaciones individuales. O que existe alguien -un “alguien etéreo”- que tiene la obligación de perseguirme para que cumpla la tarea.

Por supuesto no debería ser así, sino todo lo contrario, pero es que incluso en el ámbito más estrictamente personal acumulamos diariamente centenares de indisciplinas por bien que nos organicemos. Un caso evidente es cuando nos apuntamos a un gimnasio porque queremos estar en buena forma física: si escogemos el horario que más nos conviene, si ajustamos correctamente nuestro presupuesto, si dejamos la bolsa preparada el día anterior para facilitarnos la vida… y luego no vamos,  ¡no podemos decir que no nos hemos organizado! Nos hemos organizado de cine, pero nos ha podido la pereza.

Por eso me pone mala -tengo poca paciencia contra lo que mucha gente piensa- oír hablar de fallos de organización cuando lo que falla es la disciplina individual. Tal vez disciplina no es una bonita palabra y nos recuerda tiempos oscuros, pero no hay otra mejor para describir lo que se necesita cuando se tiene que cumplir diligentemente con lo que una se ha comprometido.

 

Share This