El viernes pasado asistí a la presentación de un informe magnífico, “¿Cuánto cuesta mirar hacia otro lado? Los costes de la violencia sexual contra la infancia y adolescencia” elaborado por la ONG Educo con la Universidad Pontificia de Comillas.
Como afirma Macarena Céspedes, directora de Investigación e Incidencia de Educo, la violencia sexual sobre la infancia es una grave vulneración de los derechos de los niños y niñas que la padecen, y tiene importantes secuelas tanto físicas como emocionales en el corto y en el largo plazo. Repercute en su bienestar emocional, relacional y social, pero también tiene un impacto en nuestra sociedad. El estudio pone sobre la mesa cifras que sirven para ver la magnitud de esta problemática desde otra perspectiva, la del gasto directo que se hace para atenderla y el coste social y de oportunidad que supone.
Sumando los gastos visibles y los invisibilizados, la cifra asciende a más de 4.500 millones de euros anuales y más de un 17% de la población en general ha sufrido violencia sexual durante la infancia.
A la presentación del informe asistieron entidades sociales dedicadas a la protección de la infancia, que aportaron datos muy relevantes y, en algunos casos escalofriantes, sobre la magnitud de este fenomeno. En particular, me asombró y llenó de tristeza saber que el 50% de los que ejercen volencia sexual hacia niños y niñas también son menores de edad…
En el acto se puso de manifiesto la importancia y urgencia de invertir en prevención, medida que suscribo totalmente.
Mi aportación fue relativa a la violencia dulce, la que no se identifica como tal y va calando lentamente en la cultura y los valores de la infancia, la juventud y la población adulta. La violencia que trivializa la violencia, que incluso se disfraza de libertad, desinhibición y tolerancia.
Por ejemplo, la inducción a la hipersexualización de las niñas a través de la moda, los dibujos animados, las fiestas, la música… Una hipersexualización que las conduce a una mayor vulnerabilidad.
Frente a la violencia que provoca daño físico o psicológico a la infancia somos capaces de indignarnos y rebelarnos, de ver derechos pisoteados, de reaccionar con rechazo y exigir justicia.
Pero frente a la violencia disfrazada de frivolidad -como el conocido caso de la comparsa de Carnaval de Torrevieja, donde participaron niños y niñas con vestuario BDSM- nos despistamos y nos desmovilizamos. Tal vez nos da miedo aparecer como carcas, retrógradas, reprimidas y otras lindezas. Nada de eso.
La hipersexualización comporta aceptar la imagen de mujer-objeto. Y esto es la antesala de la violencia amarga.
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