Imagínate que eres una psicóloga terapeuta y que trabajas en una asociación sin afán de lucro que atiende a personas con discapacidad. No trabajas en una empresa privada ni en una administración pública, sino en una organización social.
Como a cualquier profesional, se espera de ti que seas competente en tu especialidad: que diagnostiques correctamente, que apliques las terapias adecuadas, que trates bien a tus pacientes. Pero en el ámbito social en que te ubicas, esto no es suficiente.
Se requiere, además, que seas sensible a los retos que tiene la asociación, retos que a veces no tienen nada que ver con la psicología ni con la terapia. Las asociaciones no son empresas ni ayuntamientos, y aunque no tengan afán de lucro, tienen, como es natural, afán de supervivencia. Eso quiere decir que tienen que lidiar con problemas económicos, organizativos y burocráticos diferentes al sector empresarial o al sector público. Por eso se les llama “tercer sector”.
No, no hace falta que también sepas de contabilidad, de planificación estratégica, de relaciones institucionales. ¡Poquísimas personas son tan polivalentes! Tu competencia es otra y para estos menesteres de gestión las asociaciones se dotan de otros perfiles profesionales (¡o lo intentan!).
Pero, aunque no seas competente en estos campos, lo mínimo exigible es ser sensible a los retos que presentan y empatizar con aquellos profesionales que se rompen la cabeza todos los días para conseguir que la asociación donde trabajas sea sostenible.
Si la asociación tiene problemas de tesorería a causa de retrasos en los convenios y subvenciones, perdona, pero no puedes decir esto no es mi negociado o a mi estas cosas no me las expliques, que ni me van ni me vienen. Guárdate estas frases, que también son irritantes cuando se escuchan en el sector público o privado y que chirrían aún más en el sector asociativo.
Y lo mismo al revés: las personas que se dedican a la gestión asociativa tienen que intentar comprender el punto de vista de aquellas que actúan directamente con los pacientes o usuarios. Si pierden la conexión, se difuminan las finalidades para las que fue creada la asociación.
En el sector asociativo, al menos, cada profesional y cada voluntaria debe ser competente en su especialidad y, al mismo tiempo, tiene que ser sensible en aquello en lo que no es competente. Cualquier dinámica que no promueva la interrelación de ambas dimensiones, lleva el tejido social al desastre.
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