Ayer por la mañana participé en un encuentro de los que levantan la moral. Se trataba de la Jornada de Compartim un futur (Compartimos un futuro), el programa de educación ambiental que promueve el Área Metropolitana de Barcelona.

Este programa impulsa diversas actuaciones (actividades y visitas, recursos educativos…) dirigidas al público en general y una de ellas es la promoción de proyectos de aprendizaje-servicio para los centros educativos de este territorio, donde vive el 40% de la población catalana. Me parece un ejemplo modélico de implicación de una Administración Pública en el impulso del aprendizaje-servicio.

En concreto, se ofrecen 7 modalidades de proyectos ApS relacionados con el despilfarro alimentario, la reducción de residuos plásticos, la contaminación atmosférica, la energía, el agua y el cambio climático… Durante este curso 2023-2024 han participado 1.154 chicos y chicas de 22 centros educativos de 11 municipios.

En la Jornada, estudiantes de Primaria y Secundaria de 9 centros educativos expusieron sus proyectos ante el público, en el auditorio Citilab de Cornellá de Llobregat: el Col·legi Pare Enric d’Ossó, la Escola Alegre, el Col·legi Xaloc i el Col·legi Pineda de L’Hospitalet de Llobregat; el IES Sant Just, de Sant Just Desvern; la Escola Josep Maria Madorell, de Molins de Rei; el Institut Escola Mas Rampinyo, de Montcada-Reixach; el Institut Escola Elisabets, de Barcelona; y el Institut Numància, de Santa Coloma de Gramenet. En la foto, estudiantes del Col·legi Pare Enric d’Ossó presentando su proyecto “Dràstics amb els plàstics” (Drásticos con los plásticos).

Me impresionó la soltura que exhibieron, la seguridad a la hora de compartir los conocimientos que habían aprendido y también la atención que mostraron durante el ratito de ponencia que me tocó a mí, justo antes de la pausa para desayunar.

Me habían pedido una charla de 40 minutos “para los chicos y las chicas”, no tanto para los docentes, técnicos y autoridades que los acompañaban. De hecho, creo que el 80% del público debía tener entre 8 y 18 años. A mi me encanta dirigirme a este público. Y no quería ofrecerles obviedades, porque era evidente que los proyectos desarrollados durante el curso ya les habían familiarizado con el aprendizaje-servicio.

De manera que focalicé mi aportación en establecer la diferencia entre empatía y fraternidad. A la infancia y a la juventud se les habla mucho acerca de la empatía y poco acerca de la fraternidad, que, sin embargo, está presente en el artículo primero de la Declaración de los Derechos Humanos.

La empatía, como frecuentemente aclara Adela Cortina, es un arma de dos filos: los abusadores pueden ser personas muy empáticas, puesto que se meten perfectamente en la piel de sus víctimas, comprenden cómo pueden llegar a sentirse humilladas y, por ello, son excelentes haciendo daño.

También la empatía puede servir para llenarnos los ojos de lágrimas de emoción frente a la injusticia o frente a quien sufre, pero no necesariamente para levantarnos, arremangarnos y combatir lo que no está bien.

En cambio, el aprendizaje-servicio nos mueve a la acción. El ApS no se conforma con la empatía, necesita la fraternidad.

Creo que los chicos y chicas que ayer llenaron el auditorio del Citilab captaron el mensaje, entre otras cosas, porque habían vivido la fraternidad en primera persona, compartiendo el futuro que desean para todas las personas, no sólo para ellos mismos.

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