Cuando mi hija tenía 5 años en casa teníamos un Panda de los primeros que salieron al mercado… ¡cuántos recuerdos! Sin tantos requisitos de seguridad como hay ahora, confieso que frecuentemente ella viajaba de pie, en la parte posterior del coche, apoyando ambas manos en los asientos delanteros. Una imprudencia, vaya.
Una tarde salíamos de Bellvitge, yo conducía y ella en su posición habitual “oteando el horizonte”. En un cruce con la Travesía Industrial en el que teníamos prioridad, otro coche se paró para cedernos el paso.
– Este coche es feliz – sentenció mi hija.
– ¿Por qué lo dices?
– Porque se ha parado y nos deja pasar.
– ¡Ah, ya…! Y… ¿qué personas conoces tú que sean felices?
– Annaïs es feliz – aseguró sin dudar ni un segundo.
– ¿Cómo sabes que es feliz? – a mí me ha encantado siempre conversar con los niños y niñas pequeños.
– ¡Porque siempre saluda y dice “buenos días”!
¡Qué curioso y qué tierno! En el imaginario de una niña de 5 años, la felicidad estaba asociada a la amabilidad.
Viene esto a cuento de la conferencia La felicidad de aprender descubriendo que no están solos, que ofreció Jaume Funes el sábado pasado en el VII Encuentro de Aprendizaje-Servicio de la Comunidad Valenciana.
Para Jaume, en las aulas actuales, donde frecuentemente se esconde la injusticia, la segregación y la pobreza, nadie puede estar equilibrado sin una dosis mínima de felicidad.
Necesitamos la felicidad que se alimenta y se refleja en la felicidad del otro, la felicidad que busca su realización en la comunidad, la felicidad que no es indiferente al dolor que el otro sufre. Y eso requiere, según Jaume, echar un cable a los chicos y chicas, ayudándoles:
- A conocerse mejor a ellos mismos.
- A vincularse a un grupo que les considera, les aprecia y les apoya.
- A ejercer su singularidad, su “ser único” sin ser egoísta.
- A poder tener recursos, capacidades, habilidades, oportunidades… para decidir sobre su propia vida.
- A tener modelos de referencia.
Y yo añadiría que también hay que ayudarles a ver en el horizonte los coches que se paran para cederles el paso y las personas que les saludan y les dan los buenos días. No ver la amabilidad resta felicidad y necesitamos cada día nuestra dosis mínima.
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