¡Me gustaría haber tenido una madre como yo! Esta manifestación sincera y sin tapujos me la compartió, no sin cierta amargura, una persona muy cercana y querida. Tenía entonces más de cincuenta años, sus dos hijos eran mayores y puedo confirmar que había sido -y sigue siendo- una madre excelente en muchos sentidos.

Responsable, cariñosa, firme, divertida, generosa, prestando confianza y apoyo a su prole… Sin embargo, nada o casi nada creía haber aprendido de su propia madre cuanto a la función maternal. Incluso cree que si ella se ha esforzado en ser buena madre es precisamente por evitar reproducir las relaciones familiares tóxicas que había vivido de pequeña.

Al lado de esta situación, coexiste la de los hijos e hijas que se sienten felizmente orgullosos de su familia, que consideran dignos de admiración a sus progenitores, que piensan que aunque no fueran sus padres, les parecerían igualmente personas fantásticas.

No todo el mundo cuenta con una familia acogedora, no todos los niños y niñas disfrutan de protección y buen trato. Esto se entiende perfectamente, pero a menos que se trate de situaciones de auténtica violencia, muchas veces no se percibe por parte de aquellas personas a las que el azar les regaló familias estupendas. Piensan que la familia siempre es un regalo del cielo, siempre está ahí para ayudarte, siempre es y debe ser “lo primero”. Honrarás a tu padre y a tu madre.

Por esto mi amiga no dice lo que piensa en voz alta. Poca gente sabe hasta qué punto se sintió sola, un estorbo o poco interesante para su familia directa. No hubo maltrato en el sentido estricto, pero sí una indiferencia helada. Durante mucho tiempo se preguntó por qué sus padres habían tenido hijos, por qué la habían tenido a ella. No obtuvo respuestas claras y, a medida que conocía las familias de sus amigas, crecía en ella la comparación dolorosa y el resentimiento.

No hace falta ser Hannibal Lecter para ser un mal padre o una mala madre. Puedes ser un buen profesional, cumplir aceptablemente bien con tu trabajo y, en cambio, resultar un demasiado justo como padre o madre. La maternidad no necesariamente te convierte en mejor persona, ni te vuelve más lista ni más empática. No te salvará de tus limitaciones. No necesariamente. Tal vez sí y tal vez no.

Pero cuando es que no, cuando, por ejemplo, tu comportamiento es irreflexivo, frívolo, grosero o irresponsable, sin ser una maltratadora, puedes cometer estupideces que no son delitos, ni te quitarán la patria potestad por ello. Sin ir más lejos, las familias que disfrazaron a sus niñas con vestimenta hipersexualizada en el Carnaval de Torrevieja… ¿en qué estaban pensando?

La insensibilidad, la indiferencia o la estupidez no son delito, efectivamente. Pero cuando afectan a niños y niñas pequeños, que todavía ven a sus padres y madres como modelos de comportamiento, son una pena enorme.

 

 

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