¿Cuántas veces tengo que confirmar que condeno el terrorismo de Hamas antes de afirmar que lo que hace el gobierno de Israel me parece un genocidio? A ver, que alguien me lo explique.
Bueno y, en general, ¿cuántas veces tenemos que repetir las cosas para que se entienda lo que queremos decir? ¿Por qué tengo que disculparme “por si no me he explicado bien” cuando en realidad sospecho que no se me ha entendido bien? O, en el peor de los casos, no se me ha escuchado o no se me ha querido entender.
Tampoco voy a ir de víctima, porque puede que yo también caiga en esta pesadísima espiral de diálogos para besugos… y no me de cuenta. Pero la verdad es que me preocupa. Por favor, ¡las personas que habláis conmigo, avisadme si notáis que en algún momento no os estoy atendiendo!
Hace unos días mi admirado Juan Fernández contaba en twitter:
Escribí un libro entero (Educar en la complejidad) para transmitir una sola idea: simplificar el debate resulta muy negativo para la educación, como sociedad, para el alumnado y el profesorado. Reducir a pantallas sí/no es un ejemplo. ¿Para quién? ¿Para qué? ¿Etapa? ¿Materia?
Su comentario me inspiró esta respuesta, no ceñida al entorno educativo:
Creo que en esta simplificación y en otras muchas se junta el hambre con las ganas de comer: la polarización por sistema (o estás conmigo o estás contra mí) y la dificultad creciente en concentrarse, escuchar, atender. Una alimenta la otra.
Este cóctel es la tormenta perfecta para la falta de entendimiento y de empatía. El razonamiento, la argumentación, se dejan de lado. Para colmo, hay un nuevo insulto (o desprecio) hacia los que creemos en los matices y desconfiamos de los dogmas: “equidistante”. Como te llamen equidistante lo tienes claro.
No se tu, pero yo llevo años coleccionando equidistancias, que, lógicamente, para mi no son tales. No lo son, porque cuando te tachan de equidistante vienen a decirte que no te comprometes, que no tienes las ideas claras, o que eres una cobarde. Y en realidad, se necesita mucho compromiso, mucha reflexión y mucha valentía para no alinearse con aquellos que se creen poseedores de la verdad, porque casi da miedo contrariarles, o, por lo menos, da mucha pereza discutir.
Por eso celebro muchísimo la iniciativa Parar la Guerra, a la que me he adherido. Sí señora: ni terrorismo, ni genocidio. Aquí no hay falta de compromiso, ni confusión ni cobardía.
Hay que imponer un alto el fuego y trabajar por un Acuerdo de Paz justo basado en la legalidad internacional y en las resoluciones de la ONU y de la UE, reconociendo el derecho a la existencia de los dos Estados, el palestino y el israelí. Si alguien tiene una idea mejor, que la diga.
No es “la guerra de otros”. En nuestro mundo globalizado, todo nos afecta, nos construye o nos destruye.
Una cosa tengo bien clara: mi nieta no sobrevivirá en un mundo despiadado. ¿Yo, equidistante? ¿De qué?
Parabéns!