Estuve hace poco en la presentación de una iniciativa de difusión de actuaciones innovadoras e interesantísimas en el campo social y ambiental.
Una de ellas ponía el acento en la transformación personal que debería plantearse la persona comprometida con los cambios profundos que demanda nuestro mundo. La argumentación de entrada era impecable: ¿Cómo vas a cambiar lo que te rodea si no te cambias a ti mismo?
¡Pues es verdad! Sin embargo, me extrañó que el punto de partida era que las personas somos en exceso racionales y escuchamos poco o nada “nuestro interior”.
Ostras, pensé, aquí sí que discrepo. Yo no tengo para nada esa impresión. Por el contrario, me parece que estamos todos sumergidos en un caldo de irracionalidad donde los sentimientos y sensaciones ocupan un espacio desproporcionado frente a la razón y la reflexión.
Creo que nuestra cultura individualista, consumista y hedonista más bien ensalza la visceralidad y minusvalora la objetividad. No hay más que ver cómo reaccionamos de manera agresiva frente a una frustración, una negativa, una discordancia con los demás.
La transformación interior que se proponía iba en la línea de mirar hacia dentro de una misma, no tener miedo a expresar sentimientos, etcétera. Me recordó las terapias de grupo que tuvieron cierta difusión en los años setenta, en las que te alentaban a “sentir” en lugar de “pensar”.
Yo fui a alguna de estas terapias. Como todo tiene su truquillo, aprendí a cambiar una palabra por otra y santas pascuas. Por ejemplo, en lugar de afirmar pienso que tal cosa es una mentira, decía siento que tal cosa es una mentira. Y quedaba la mar de bien y nadie te regañaba or pensar demasiado.
Pero bueno, volviendo al tema de la antinomia razón-emoción, opino que a día de hoy la balanza está desequilibrada a favor del emocionalismo.
Tal vez por esto me ponen un poco en guardia las iniciativas que colocan las emociones y los sentimientos en el centro de todo, como justificación o explicación de cualquier cosa.
No me cansaré de decir que no es que “me sienta mujer” (sentimiento subjetivo), es que “soy una mujer” (realidad biológica) y que aunque “me sienta joven” no soy joven. Mis sentimientos y percepciones tienen un límite.
Y, además, la tierra no es plana y resulta que se mueve. ¡Adoro a Galileo!.
Toda la razón!!! Esa mezcla del feminismo con lo queer diluye el feminismo