Imagínate que estás de excursión y sorprendes a tu hijo sediento cargando la cantimplora en una balsa de agua sucia y contaminada, a punto de beber un trago. ¿Qué haces?
- ¿Le pasas un poco de bicarbonato, para que “no le haga tanto daño”?
- ¿Te colocas a su lado, sin impedirle que beba, para “acompañarle” en su intención de intoxicarse, para que te tenga cerca si se marea o vomita?
- ¿Le explicas que el agua está contaminada y no se puede beber, que hay que esperar a encontrar una fuente de agua potable y le pides que vacíe la cantimplora…?
¿Qué te dice el sentido común? Vale. Incluso en el caso de que tu hijo te desafíe, no vacíe la cantimplora y beba un trago para provocarte, seguro que no te arrepientes de haberle dicho lo que tenías que decirle. Sientes que era tu obligación.
Y ahora, ¿por qué no hacemos lo mismo con otras porquerías con las que tropiezan nuestros hijos? Porque tenemos miedo tonto.
- Miedo tonto a pasar por represores. Por carcas. Por autoritarios. Por excluyentes. Hasta por tránsfobos, el insulto de moda.
- Miedo tonto a que “si le prohibo lo hará con más ganas”.
- Miedo tonto a no dar la talla que nos hemos propuesto de conciliadores, dialogantes, tolerantes y etcétera.
Para ejemplo sangrante, el acceso fácil de nuestras niñas y niños a la pornografía. Con un clic, sin más, se sumergen en un entorno donde la violencia se justifica y se identifica con la sexualidad. Todos salen perdiendo, claro está, pero todavía más las niñas, puesto que la pornografía es la publicidad por excelencia del patriarcado. Y todavía hay quien argumenta que es posible una pornografía feminista…
¿Por qué nos ponemos de perfil con este asunto, que es gravísimo y que contamina la percepción que tienen nuestros menores de las relaciones humanas? Por puro miedo tonto a pasar por retrógrados y reprimidos. Nadie se atreve a retirar la cantimplora, ni siquiera a explicar que el agua está contaminada. Si acaso, “acompañar”. Con lo bonita que es esta palabra y la manía que le estoy cogiendo últimamente…
Este miedo tonto apaga la luz de la razón y el sentido común frente a los fuegos artificiales de los emocionalismos (que no de las emociones, ojo) y de la exaltación de los deseos individuales y la empatía mal enfocada.
Ayer cuando salí a correr me tropecé con un anuncio de esos que se pegan a las paredes. He puesto la foto aquí abajo. En realidad era una denuncia de la prostitución, pero estaba repartida en dos folios independientes -medio arrancados- y de entrada sólo vi uno, el que semejaba un anuncio de Chicas 24 horas disponibles para ser violadas.
Tuve que acercarme para entender el sentido de la denuncia, expresada en el folio de al lado. Me quedé con la duda de si podía pasar que los jóvenes que sólo leyeran el falso anuncio -como me pasó a mí- asumieran que era un anuncio auténtico y lo encontraran tan normal, tan de “es un trabajo como cualquier otro”.
Puestos a tener miedo, tengámoslo de verdad hacia lo que es realmente terrorífico: la nueva sumisión de las chicas, el escaso sentido crítico frente a ella, el crecimiento exponencial de la hipersexualización de la infancia, la tolerancia frente al concepto más utilitario y cosificante de la sexualidad…
Tanto miedo tonto nos distrae y nos hace perder el tiempo y no hay tiempo que perder frente a la ofensiva machista. No podemos dejar beber a nuestros hijos e hijas el agua contaminada. No podemos.
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