En tres días cumplo 69 años. Vamos a ver: Por muy joven que me sienta, soy vieja, sin más historias. Llámale mayor, tercera edad, jubilada, o cualquier eufemismo políticamente correcto, lo que quieras.

Es verdad que me ha tocado la lotería con la salud. Pero, aunque me sienta joven, no soy joven.  No puedo ir a una oficina de la Administración Pública a exigir que me den el Carnet Joven, ni tampoco el Bono Cultural Joven al Ministerio de Cultura y Deporte. Que no. Por muy joven que yo me siente.

Que la autopercepción y los sentimientos tienen un límite. Y ese límite puede rozar el ridículo… a menos que nos gastemos una ironía de lo más ácida, como la joven que se cree una cebra y no la dejan residir en una residencia de animales. ¡Me encanta este vídeo!

La verdad es que me preocupa esa centralidad dominante de los sentimientos y las emociones individuales que estamos viviendo. Es como si fueran la última palabra, lo indiscutible. Esta mañana, la periodista Mónica Planas afirmaba en el diario Ara, al hilo del desenfoque del caso Obregón, que hemos degenerado en una sociedad inmadura, frágil, que no tolera la frustración, basada en la emoción y no en la ética.

No puedo estar más de acuerdo. Y  añadiría basada también en el desprecio a la ciencia en general y a la biología en particular. Hay que tenerle respeto a la edad cronológica y no esconderla, como defiende María Jesús Comellas en su libro Generació Senior. Envellir en la societat de la joventut.

Creo que es necesario hacer un balance sincero de lo que significa hacerse mayor y, sin negar los inconvenientes, sacar el máximo partido a las ventajas. En mi caso:

Ya no duermo de un tirón como cuando era joven; voy al baño con mayor frecuencia, camino más despacio; debo ir con cuidado con lo que como, porque hay más alimentos que me sientan mal; si me lesiono, tardo más en recuperarme; si me resfrío, el catarro igual me dura un mes; me olvido de los nombres de muchas personas…

Pero la edad me ha regalado más perspicacia y a los cretinos ahora los veo llegar de lejos; relativizo los problemas, porque muchos ya los he vivido y he aprendido a diferenciar lo que pesa dos gramos de lo que pesa dos kilos; soy más resistente, aunque haya perdido velocidad; disfruto como nunca del placer de la amistad y además -eso sí que es un regalito de la vida- tengo una nieta.

Deberíamos hacer las paces con el proceso de envejecimiento. No se va a detener. Ignorarlo o negarlo, poniendo el emocionalismo y un espejo enfocado al ombligo en el centro de nuestra vida, es una estupidez.

En la foto estoy en Alcoi con los niños y niñas del Col·legi Sant Roc, con Nélida Zaitegi y los retratos estupendos de dos abuelas. ¡Una experiencia intergeneracional para disfrutar!

 

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