El ocho de marzo me invita a reflexionar sobre las disensiones más frecuentes o más peculiares que he tenido este año con amigos y amigas a raíz de temas relacionados con el feminismo. Repasando creo que las más básicas han sido tres. Por orden de aparición:
La primera tiene que ver con la prostitución y su consideración de un trabajo como otro cualquiera, a fin de proteger los derechos y la salud de las mujeres que a ella se dedican.
Yo no puedo aceptar que la prostitución se considere un trabajo más porque pienso que es una esclavitud. No me sirve el argumento que me brindan algunas personas aduciendo que regular esta práctica evitaría precisamente situaciones de desprotección. Eso se podría aplicar a cualquier forma de esclavitud, por lo que, a mi juicio, no se justificaría. Si nos repugna la esclavitud, nos debería repugnar la prostitución.
Tampoco me sirve el argumento de que una mujer ha de ser libre para dedicarse a lo que quiera. Y no me sirve porque, aún suponiendo que hubiera mujeres encantadas con ejercer esta actividad, el respeto a la libertad individual no me pesa más que la humillación hacia la mitad de la humanidad, al considerar a la mujer como objeto de consumo. Hay actividades aberrantes, como por ejemplo, el lanzamiento de enanos, que son una afrenta a la dignidad humana, aunque haya personas enanas que lo defiendan como modo de vida.
La segunda tiene que ver con la protección / desprotección de las menores de edad a raíz de la Ley Trans y su defensa del “sexo sentido” más allá del biológico. Me he leído entera la Ley Trans y sigo pensando que un chico o una chica de 12 a 16 años no tiene madurez suficiente para valorar las consecuencias de iniciar un proceso de transición hacia el otro sexo. Me parece que hay que ofrecer apoyo psicológico para explorar las razones de su malestar antes de que los adultos aceptemos acríticamente que lo que sienten aquí y ahora merece ser obedecido a rajatabla. Todos podemos recordar la inestabilidad emocional propia de la adolescencia; la facilidad con que nos dejábamos sugestionar; la influencia del grupo de iguales; el miedo a no encajar y el contagio social. Si nuestra hija a los 14 años nos dijera que “se siente gorda”… ¿lo aceptaríamos tal cual? ¿le daríamos la razón sin más? ¿afirmaríamos su percepción?… Entonces, ¿qué nos empuja a ser tan tolerantes con decisiones que son más determinantes? Todo mi apoyo y respeto a las personas trans, pero también todo mi rechazo a estos aspectos de la ley.
La tercera, y para mí casi diría que la más sorprendente, ha sido la perplejidad que me ha causado un material destinado a que los y las adolescentes puedan utilizar el “sexting” de forma segura. Es una propuesta didáctica para el segundo ciclo de la ESO y se llama Sexting Positivo.
Teniendo en cuenta que el sexting consiste en enviar mensajes, fotos o vídeos de contenido erótico y sexual por redes sociales o correo electrónico (lo cual implica que una vez lanzadas se pierde el control), no entiendo el interés en que se haga de manera “segura”, cuando creo que a lo que se tiene que animar es a no hacerlo de ninguna manera. La intimidad es algo a valorar, no a desdeñar.
Sin embargo, el argumento principal para defender este programa es tenemos que aceptar que un altísimo porcentaje de adolescentes lo practican, por tanto, ya que lo hacen o lo van hacer, pues que lo hagan con la mayor seguridad posible. Es el “poyaque” educativo. No me cuadra, porque la circulación de imágenes sexuales de las chicas alimenta el enfoque patriarcal de la sexualidad. Y porque, por la misma regla de tres, ya que a los 13 años figura que en España se inician los adolescentes en el consumo de alcohol, ¿deberíamos entonces aceptar el hecho y, si acaso, enseñarles a esa edad a beber con “seguridad”?
Bueno, el caso es que en estos tres temas me discuto con algunos de mis amigos y amigas, muchas de ellas excelentes personas y profesionales que desean una sociedad acogedora e inclusiva tanto como yo. Pero en estos asuntos yo doy crédito a Docentes Feministas por la Coeducación, Contra el Borrado de las Mujeres, Tribuna Feminista, Feministas al Congreso, Silvia Carrasco, Laura Freixas… y muchas otras.
Y me gusta poder discrepar sin que llegue la sangre al río, sin que medie la descalificación, sin que nadie me acuse de tránsfoba, sin que merme la confianza entre nosotras, sin que caigamos como moscas en la cultura del odio. Además, creo que coincidimos en identificar como luchas pendientes la igualdad salarial, el reparto del trabajo doméstico y de cuidados, las dificultades derivadas vivir la maternidad en esta sociedad… ¡Preferiría centrar el ocho de marzo en nuestras reivindicaciones pendientes!
Muy de acuerdo contigo, amiga. Me gusta mucho tu claridad y valentía para llamarle al pan, pan y al vino, vino.
Excelente reflexión, considero que es su punto de vista y no alcanzo ver odio en su forma de pensar, todos tenemos derecho a ver la vida desde nuestra perspectiva.
Estoy de acuerdo con tu argumento. Gracias por reflejar de manera sencilla y sin imposiciones otro punto de vista más sobre la realidad compleja que nos rodea.