La conocía desde la infancia y siempre la había considerado mi tía, a pesar de no tener lazos familiares directos.
De hecho, era la tía de todos y la abuela de muchos. Contaba más de noventa años. No había tenido hijos y nunca se había casado. Los hombres de mi época no valían la pena, nena – me decía a menudo.
Desde que tenía edad para comprender y para juzgar a las personas, siempre la había admirado. Era muy diferente a mayoría de las mujeres adultas que yo conocía, sumisas, superficiales y dependientes de sus maridos. De haber nacido flor, sería un edelweiss.
Trabajaba en una empresa multinacional de seguros y fue de las primeras de la compañía en familiarizarse con el entorno digital. Un ordenador es como una lavadora, nena. Sólo tienes que saber qué programas debes utilizar.
Así era Litus: positiva, animosa, curiosa, viajera, divertida, cariñosa. Durante toda su vida se ocupó sin lamentarse de su hermana, que tenía una discapacidad intelectual. La llevaba a todas partes y la cuidó hasta su muerte.
Cuando mi hermana y yo tuvimos que hacer frente a la progresiva dependencia de nuestros padres -un largo camino que duró dieciocho años- prácticamente dejamos de verla. Pero, aunque suene cursi, seguía ocupando un lugar en nuestro recuerdo y en nuestros corazones.
Así que, cuando fallecieron mi padre y mi madre, pude reencontrarme con ella. Tenía entonces una salud frágil y se movía ya con mucha dificultad, pero mantenía la cabeza muy bien amueblada.
Cada vez que la visitaba intentaba llevarle alguna delicatessen de las que me salen resultonas, como la crema de castañas o la de calabaza. O a veces alguna golosina de chocolate, que le encantaban.
Me sentaba frente a su sillón y escuchaba como desgranaba una historia tras otra. De la guerra y de la posguerra, sobre todo. También de cine y de viajes maravillosos que hizo de joven. Me hablaba mucho de sus “nietos de la vida”, los cuales la llamaban “avia Litus”, cosa que la llenaba de orgullo.
Me pedía frecuentemente que le enviara por whatsapp fotos i vídeos de mi nieta. Y me respondía con los emoticonos más cariñosos. Nos dejó justo antes de Navidad.
Yo quería ser como tú, Litus. Todavía lo quiero. No te vas a morir del todo, porque es imposible olvidarte.
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