Hace muchos años visité un campo de trabajo de verano para adolescentes cuyos monitores -todos varones- estaban bastante preocupados con una de las jóvenes del grupo.
Era nueva y no conocía a nadie, pero desde los primeros días su comportamiento inusualmente desinhibido descolocaba a todos, compañeros y educadores. Una de sus prácticas habituales era ponerse a orinar en el bosque a la vista de todo el mundo, sin ni siquiera apartarse.
El caso es que los chicos del campamento habían empezado a burlarse en secreto de ella, el resto de las chicas la ignoraba y los educadores no sabían muy bien qué hacer, por la sencilla razón que pedirle que corrigiera este comportamiento les resultaba no sólo incómodo, sino además lleno de contradicciones, puesto que temían ser tachados de carcas. ¡Cuánto daño hace al sentido común el miedo a no ser lo suficientemente progre!
Lo gracioso es cómo se resolvió el tema. Lo solucionó la cocinera, la única mujer del equipo, sin conocimientos de pedagogía ni psicología, una vecina del barrio, de cincuenta años, cargada de sentido común. Cuando se enteró de lo que pasaba, tomó a la chica de por banda y le largó un rapapolvo que la dejó seca. Me lo contó ella misma:
¿Cómo se te ocurre bajarte las bragas delante de todos? ¿Tan poco te respetas? ¿Tan barata te vendes…? ¡Que no me vuelva a enterar yo de que haces estas tonterías! Etcétera.
Después de la bronca, ocurrió una de esas cosas increíbles que pasan en los campamentos: la chica se hizo amiguísima de la cocinera, le contaba sus problemas, le volcó todo su afecto, la trataba como si fuera su tía querida. ¡Necesitaba sin duda el cariño de alguien que le cantara las cuarenta!
Pienso a veces en esta anécdota porque a mi me preocupa especialmente el desprecio a la intimidad que desprenden los medios de comunicación y que se extiende entre la juventud. Bueno, y entre las personas adultas también. Quien protege y defiende su intimidad pasa a veces por mojigata. Como si lo moderno y progresista fuera compartirla sin límites claros. Como si una mentalidad abierta incluyera necesariamente el minusvalorar la privacidad.
Creo que en realidad esto es una gran victoria de los abusadores y del machismo en general, puesto que los primeros interesados en que las niñas y las mujeres renuncien a su intimidad son aquellos que, con ello, consiguen más fácilmente su propósito depredador.
Por eso estoy encantada con un libro fantástico que mi hija le regaló a mi nieta. Se llama Tu cuerpo es tuyo y es una obra excelente para comenzar a entender y valorar lo que es la privacidad y la intimidad. La autora, Lucía Serrano, es una grandísima ilustradora, autora de numerosos cuentos cargados de sensibilidad y humor.
Tu cuerpo es tuyo está pensado para niñas y niños de 3 a 6 años. Aborda el autoconocimiento, el derecho a la intimidad y el consentimiento. Habla de partes privadas y del derecho a decir NO. Aspectos muy importantes que a veces no se trabajan lo suficiente en la infancia y que por inercia, podemos dejar de dar importancia en la adolescencia.
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