Como todos los años, en este también hemos seguido la tradición del pico del verano. Si el año pasado fue el Balaitús, en el Pirineo francoaragonés, esta vez escogimos el Peguera, en el Parque de Sant Maurici.
No concibo un verano sin alta montaña. Sin naturaleza, lagos, ríos, cimas, rocas, marmotas y rebecos. Pero hace mucho tiempo, no sé, ponle unos treinta años, a esta lista hubiera añadido nieve y hielo. Obviamente, ya no.
Entonces unos días en el Pirineo eran también un pequeño paréntesis de invierno en el verano. Había que llevar crampones, piolet y anoraks para las cimas más altas, protegidas siempre por ventisqueros o canales nevadas. ¡Conservo la foto de un agosto en la cima del Midi d’Ossau con plumones y caras de frío!
La nostalgia es peligrosísima, así que no voy a abundar en la pena tremenda de ver secos y grises el Aneto, el Posets y tantos otros picos. A estas alturas ya sabemos que negar el cambio climático es una locura irresponsable.
En fin, que escogimos el Peguera y, como punto de partida el bucólico refugio Josep Maria Blanc, rodeado de lagos todavía con aspecto salvaje y saludable. Se trata de uno de los más bellos refugios del Pirineo, sin duda.
Aunque hacía cuarenta años -¡sí, cuarenta!- que habíamos coronado la cima por el valle de Monastero, en su vertiente norte, esta vez quisimos reencontrarnos con la montaña por su vertiente sur y la decisión creo que fue acertada.
Desde el refugio (2.350 m) al collado de Monastero (2.715 m) empleamos dos horas, contando las paradas de rigor. Del collado al pico (2.983 m) invertimos una hora. No está mal para nosotros, teniendo en cuenta que en el último tramo hay que trepar (dificultad, IIº) por bloques sólidos pero expuestos, que requieren bastante atención. La foto que ilustra el post es el Peguera visto desde el valle de su mismo nombre. Por ahí subimos.
Por supuesto, ni gota de nieve o hielo en ninguna de las dos vertientes. Para compensar la tristeza que provoca esta ausencia, he podido recoger algunas alegrías:
- la belleza del refugio y su ubicación, unida al buen hacer de sus guardas.
- el cálido ambiente de camaradería entre los grupos que siguen la ruta Carros de Foc y que van coincidiendo en los refugios.
- el aumento visible de montañeros y montañeras akilianados, que suben y bajan corriendo, con una fortaleza envidiable.
- la presencia de excursionistas armados con trípodes para cazar buenas imágenes.
- la señalización de los senderos, mucho mejor que cuando éramos jóvenes.
Lo que sí lamento, aunque comprendo las razones y casi siempre la respeto, es la prohibición de bañarse en los lagos. El agua fría no sólo me reconforta, sino que me transporta al tiempo añorado en que llevábamos el piolet en la mochila.
¡Uy, peligro, se acerca la nostalgia y ya le he dedicado sus minutos de rigor!
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