Estuve dando vueltas a lo que le podía regalar a Claudio para su 16 aniversario. Finalmente me decidí por comprarle dos entradas para ir al teatro, a ver una obra cómica que estaba teniendo bastante éxito.
Me constaba que Claudio no había ido jamás al teatro. Es un chico muy deportista, juega a baloncesto y le apasionan también los coches y las motos.
Cuando le comenté a su padre el regalo que tenia reservado para Claudio, no pudo evitar mirarme con cierta sorpresa.
– ¿De verdad le vas a regalar entradas para el teatro?
– Pues sí, concretamente dos entradas, para que vaya con algún amigo o amiga.
– Pero Claudio no es para nada de ese tipo de cosas, ya sabes que lo suyo son los deportes.
– Pues precisamente por eso, para que tenga la oportunidad de probar una cosa nueva, diferente. De todas maneras, es una obra cómica, es difícil que no se lo pase bien… me ha parecido que era adecuada para una primera experiencia teatral. ¿Qué pasa? ¿Crees que es un error?
– Bueno, no lo sé, es que no sé cómo se lo va a tomar ni si te lo va a apreciar…
– Pero hay que intentarlo, ¿no? ¿Qué otros regalos que tu sepas va a recibir?
– Te lo puedes imaginar: ropa deportiva, zapatillas… cosas así.
La conversación se acabó aquí. Percibí claramente por parte del padre un poco de rechazo a mi idea. Sin embargo, aunque Claudio no manifestó mucho entusiasmo de entrada, le hizo gracia el regalo y me consta que fue al teatro y salió contento. Al menos eso me comentó luego.
Recuerdo esta anécdota cada vez que escucho la letanía de que los educadores debemos respetar los intereses de los chicos y las chicas. Bueno, hasta cierto punto lo comparto, pero también creo que es necesario abrir a los adolescentes puertas y ventanas a nuevos intereses. Lo que no se conoce no se puede apreciar.
Si un niño o una niña no quiere ir de excursión y dice que no le gusta aunque en realidad mucho no ha salido, me parecería un error ser “demasiado respetuoso” y no insistir un poquito.
Si consideramos que esa experiencia vale la pena, no deberíamos tirar la toalla tan pronto, como no lo hicimos cuando nuestros hijos e hijas eran pequeños y no querían comer verdura, fruta o pescado.
Lo de la excursión se puede aplicar a la lectura, al consumo cultural, o a cualquier otra práctica educativa valiosa. Cierto que cansa forzar un poco e ir contracorriente, pero los deseos de los niños y niñas -como los de las personas adultas- no son sagrados y además pueden cambiar.
Igual que no alimentaríamos a nuestro bebé sólo con chocolate, porque “mira cuánto le gusta”, alimentar a los adolescentes sólo de sus sueños es empobrecedor. Ir ampliando horizontes y explorar oportunidades diferentes forma parte del trabajo de crecer y madurar.
Pero para ello son necesarias personas que ayuden a visibilizar esos horizontes y oportunidades. Personas que tengan en cuenta -eso seguro- de dónde parten los chicos y las chicas y disfruten abriéndoles puertas y ventanas para que descubran un mundo siempre más grande e interesante que su ombligo.
Muy de acuerdo. Atinado ejemplo, lástima que no nos arriesgamos más.