El pasado miércoles estuve en una muy agradable jornada online del Plan Formativo PIDAS, de la Comunidad Autónoma de Canarias en la que participaron 166 personas.
Al final de mi exposición surgió un buen puñado de reflexiones y preguntas del público y no faltó, como es habitual, la pregunta relativa a la evaluación de los aprendizajes en los proyectos de aprendizaje-servicio.
Me pareció percibir una cierta desazón por parte de los docentes frente a las presiones que reciben para evaluar de una manera más o menos sofisticada. Y la pregunta más bien se enfocaba a saber si el aprendizaje-servicio les iba a complicar más, o no, la tarea de evaluar.
No soy ninguna especialista en evaluación, pero creo que a veces la obsesión por la perfección o por la innovación ahogan el sentido común, que, desde mi punto de vista, debería estar en la base no sólo de la evaluación sino de toda la pedagogía.
Me temo que mi respuesta no fue muy científica. Partí del ejemplo de un proyecto de aprendizaje-servicio de donación de sangre.
Imagínate que eres el profe de la materia donde se estudia la sangre y es la primera vez que incorporas una campaña de donación como proyecto ApS a tu asignatura.
La cuestión es: ¿Cómo evaluabas tu estos contenidos antes de incorporarla? ¿Ponías, por ejemplo, un examen de conocimientos sobre la circulación sanguínea, los grupos sanguíneos, el plasma, etcétera? Bueno, pues si hacías esta prueba de control de conocimientos, hazla también cuando se acabe el proyecto de donación. Comprueba si han aprendido lo que querías y, de paso, mira si ha habido cambios significativos respecto a los años en que no hacíais ninguna campaña de donación.
¿Evaluabas de otra manera? ¿Tal vez aplicabas rúbricas, dinámicas de autoevaluación o de co-evaluación, o cualquier otro recurso para ver cuánto habían aprendido…? Bueno, pues haz lo mismo.
Lo que te ofrece el aprendizaje-servicio es una oportunidad de aplicar conocimientos -y también habilidades, actitudes y valores, claro está- en una situación real de servicio a la comunidad.
No me dio tiempo a extenderme mucho más en este tema, porque había otras preguntas, pero, siguiendo la línea emprendida, hubiera añadido lo siguiente:
Fíjate que hay dos aspectos de lo más tradicional que son absolutamente imprescindibles de valorar en un servicio a la comunidad: la asistencia y la puntualidad.
Los chicos y las chicas no pueden “no asistir” a la campaña de donación porque tengan hora en la peluquería o porque es el cumpleaños de su primo o porque está lloviendo. Tampoco pueden, de ninguna manera, llegar tarde: han contraído un compromiso con el hospital, el banco de sangre o quien sea, les esperan a una hora determinada y no les pueden fallar.
Recursos tan convencionales como un examen de los tradicionales de toda la vida o un control de asistencia y puntualidad, pueden tener todo el sentido dentro de un proyecto de aprendizaje-servicio. No hace falta inventarse fuegos artificiales. Frecuentemente lo sencillo y de sentido común es el mejor camino. Y es un camino pequeño y poco espectacular.
Lo que si hace falta -y aproveché otra pregunta para poner el foco en ello- es que los chicos y las chicas sepan de antemano qué pueden y tienen que aprender, se lo propongan, piensen cómo se lo montarán para conseguirlo y, una vez acabado el proyecto, valoren si lo consiguieron, porqué sí, porqué no o porqué no lo suficiente.
Sólo si adquieren conciencia de lo que tienen que aprender remarán en la misma dirección que el educador o educadora. Y, además, con esta conciencia ocurrirá un pequeño milagro: su protagonismo no será narcisista, porque tendrán la oportunidad de dar las gracias por los aprendizajes adquiridos en lugar de sólo esperar que les den las gracias a ellos por el servicio realizado.
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