A veces una tiene que forzarse un poco para debatir, para discrepar, para celebrar en la práctica (y creer) que la vida democrática es indisociable de la pluralidad y la divergencia.
Me da un poco de rabia y me enfado conmigo misma cuando me invade una tremenda pereza cada vez que percibo ese tipo de conversaciones en las que el hecho de desplegar argumentos o puntos de vista distintos al sentir de la mayoría de los que conversan es casi garantía de acoso y derribo, o de descalificación y ninguneo. No debería claudicar… pero frecuentemente lo hago.
Esta mañana, leyendo Si apagan, déjenme salir, un espléndido artículo de Elisa Beni, he decidido sacarme la pereza de encima, al menos un rato, al menos en un tema, al menos esta semana…
Así que voy a sacudirme la flojedad que me aturde inevitablemente con el debate infinito -y para mí, cansino- entre escuela pública y escuela privada. Para empezar, no debería ser necesario, pero me siento obligada a aclarar que defiendo la función imprescindible de la escuela pública en nuestra sociedad y desearía que fuera la mejor del mundo.
Pero no entiendo el encono indiscriminado de algunas voces hacia la escuela concertada. Digo indiscriminado porque existe una escuela concertada social y comprometida que nada tiene que ver con la escuela privada elitista y segregadora. No me parece justo ignorar este hecho en los debates.
Creo identificar tres bloques de argumentos para rechazar la escuela privada:
- Las escuelas privadas segregan, porque seleccionan el acceso del alumnado y porque las familias tienen que pagar altas cuotas con lo cual acaban reuniendo sólo a los sectores económicos más favorecidos.
- Las escuelas privadas adoctrinan, porque mayoritariamente son escuelas confesionales y transmiten ideas religiosas que deberían resolverse fuera del sistema educativo.
- Las escuelas privadas no deberían existir, porque la educación es un derecho a garantizar y un servicio público que solo el Estado puede asegurar. No es posible realizar un servicio público desde la iniciativa privada.
De los tres bloques de argumentación, los dos primeros se desmontan solos con aquellas escuelas (de iniciativa, social, cooperativas, incluso religiosas) en los barrios cuya razón de ser radica en el desarrollo de la infancia y de la calidad de vida de los sectores de población más desfavorecidos. Claro que existen escuelas segregadoras y adoctrinadoras, pero yo me estoy refiriendo a las que no lo son.
El tercer bloque de argumentación es el que me resulta más peligroso, por cuanto que sería extensible a cualquier actividad con finalidad social que no fuera propiedad del Estado. Y eso significa no creer que las personas pueden organizarse autónomamente en colectivos para resolver retos comunitarios. No creer en la iniciativa social de la ciudadanía, en el asociacionismo, los movimientos populares, las ONG…
¿Es imprescindible tener titularidad pública para llevar a cabo un servicio de utilidad pública? ¿Pertenecen al Estado Greenpeace, Open Arms, Seo Birdlife, Médicos sin Fronteras, Cáritas, Oxfam Intermón, EAPN, las asociaciones de vecinos, los grupos scout… ? ¿Alguien pone en duda que llevan a cabo un gran servicio sin ser departamentos de las Administraciones Públicas?
Si en la vida cultural, social, asistencial… aceptamos la iniciativa social, ¿por qué la rechazamos cuando esa iniciativa social se focaliza en la educación? Esto es lo que me cuesta más de entender.
Y comparto absolutamente el rechazo total a las prácticas segregadoras y elitistas que dualizan peligrosamente nuestra sociedad. Pero no me parece justo meter a todas las escuelas privadas-concertadas en el mismo saco.
Muchas gracias Roser, por no meter a todas las escuelas en el mismo saco. Se trata de evitar segregación y de educar para disminuir la brecha social. Y hay escuelas de iniciativa social que quieren transformar su funcionamiento y su entorno.