Toda inmersión en la naturaleza tiene para mí algo de espiritual. Creo que incluso sin ser creyente, algo hay en la inmensidad de la naturaleza, que mueve un sentimiento inexplicable -y a veces sobrecogedor- de trascendencia.

Desde hace algún tiempo, cada año programamos una excursión a Montserrat a pie, una tradición cultural en muchos pueblos y ciudades de Catalunya que se suele resolver en una sola jornada, cubriendo frecuentemente 50 kilómetros o más, con lo que resulta, además, una prueba deportiva nada desdeñable.

Pero en la colla (grupo) de las excursiones ya no estamos para heroicidades juveniles y para este septiembre optamos, como en otras ocasiones, hacer una ruta en dos etapas.

Para la primera etapa escogimos seguir el tramo del Camino de Santiago que transcurre entre Ódena y el Monasterio de Montserrat, donde pasamos la primera noche. Salimos a las  07:45 de la mañana y llegamos a las 17:25. En conjunto nos llevó 9 horas y 40 minutos de tiempo total absoluto, contando 1 hora y 15 minutos de paradas para comer y descansar. Cubrimos 27 kilómetros en total. Tuvimos la suerte de un día nublado y relativamente fresquito, ideal para caminar sin agobios.

Para la segunda etapa escogimos seguir la etapa 27 del Camino Ignaciano, que va del Monasterio de Montserrat hasta la Cueva de San Ignacio, en Manresa, donde pasamos la segunda noche. Salimos a las 09:30 y llegamos a las 17:40. En total, fueron 8 horas y 10 minutos de tiempo total absoluto, contando 1 hora de paradas para comer y descansar. Cubrimos 23 kilómetros. Esta vez el calor fue inclemente, con lo que sufrimos un poco más.

Si bien habíamos preparado con mimo la logística de la salida y algunos conocíamos una parte de la ruta, nos sorprendieron y emocionaron pequeños tesoros que íbamos encontrando:  la dueña del bar La Bruixa de Ódena, que aceptó abrir su negocio media hora antes para acogernos y que nos contó su dura historia durante la pandemia; la presencia de un grupo de corzos a escasos metros, casi invisibles, cuyo pelaje se camuflaba con las rocas; el eco solemne de las campanas del Monasterio durante toda la noche; la soledad y belleza de los caminos rurales que fuimos recorriendo; el bullicioso bar Montserrat de Castellgalí donde almorzamos acompañados de un público desacomplejado y variopinto; los mosaicos de Marko Rupnik

Estas salidas a la montaña son siempre muy nutritivas, porque mezclan y potencian amistad, naturaleza, actividad saludable, en definitiva, cosas que amamos. Pero esta vez el ingrediente espiritual quedó amplificado con la visita a la Cueva de San Ignacio y la charla con Xavier Meloni, antropólogo, teólogo y escritor jesuita. ¡Lamentamos no llevar libreta y boli para anotar los pensamientos que nos fue ofreciendo en el encuentro!

Tal vez lo que voy a recordar más de su discurso fue la simbología de la cueva, la cima y el río, con la que Meloni sintetizó lo que la ruta nos podía haber aportado.

  • La cueva es la oportunidad de recogerse -que no esconderse- para encontrarse a sí mismo.
  • La cima es la oportunidad de ampliar la visión, de contemplar el mundo desde otras perspectivas.
  • El río es la oportunidad de fluir, de dejarse llevar, de no pretender controlarlo todo, sino atreverse a asumir la realidad.

Una excursión no es solo una excursión, ni abre solo la mirada al exterior. También nos ayuda a reconocer nuestras limitaciones y nuestras capacidades y el privilegio increíble de estar donde estamos.

 

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