La semana pasada me sentí interpelada por un lúcido artículo del periodista José Miguel Contreras: Cómo relacionarte con un fanático. Me dio mucho que pensar, porque hace ya tiempo que bajé la guardia y desistí de discutir civilizadamente -por decirlo de alguna manera- con algunas personas.
Sin embargo, hubo un tiempo en que era más animosa, y con las personas más cerradas y beligerantes todavía no había desistido de dialogar, sino que intentaba aportar a estas personas lo que yo pensaba, sin ánimo de convencerlas y sobre todo, sin “batallar”. En plan, mira, modestamente yo pienso así, por este motivo y por éste.
Pero la verdad es que poco a poco intentar dialogar se me ha ido haciendo cuesta arriba, porque las formas se han ido radicalizando y la desconfianza hacia quien piensa diferente ha ido aumentando.
De manera que sí, reconozco que he llegado a evitar bastantes discusiones por simple pereza de lo que -estaba segura- iban a generar: malestar, incomodidad o incluso descalificaciones y casi, casi, insultos.
Creo que he sido bastante cobarde o al menos, indolente. A parte de comodidad personal, nada se gana abandonando la posibilidad de encontrarse y conversar con el que piensa diferente. Al contrario, sin conversación las brechas se ahondan más. Y perdemos todos.
Por eso me encanta y recomiendo vivamente otra clarificadora e inspiradora reflexión, Cómo hablar de política sin pelearse, de la periodista Silvia Hinojosa, en la que aporta 11 pistas muy concretas para recuperar en lo posible el diálogo moderado.
Pienso que ambos periodistas enfocan un grave problema que nos afecta: la incapacidad de aceptar que democracia implica pluralidad de visiones y opciones. La lucha por mantener y mejorar nuestras democracias -siempre más frágiles de lo deseable- implica luchar también porque exista y sea viable esta pluralidad. Es decir, por intentar ser pluralistas, no sólo plurales.
Por ejemplo: yo, que no me considero una persona conservadora, no sólo debería aceptar convivir con personas conservadoras, sino trabajar para que estas personas sean consideradas ciudadanas como yo y tengan su espacio y su tiempo. No se trata sólo de tolerar la divergencia, sino también de hacer lo posible para evitar que desaparezca. ¿Habrá límites? ¡Claro! Pero aún así quedan amplios márgenes de respeto y consideración.
De los textos citados, rescato a modo de ejemplo dos frases que dan mucho que pensar:
Dice Silvia Hinojosa que no hay que esperar que los demás se muestren pacientes y amables cuando se habla de política. Mi experiencia me dice que si cada uno espera a que sea el otro quien empiece a establecer lazos de empatía eso no se va a dar. Alguien tiene que empezar a tirar cables.
Dice José Miguel Contreras que hoy en día, la moderación es la forma más útil y sana de sobrevivir en un mundo polarizado de fanáticos (…) la moderación implica una cierta militancia.
No puedo estar más de acuerdo. Hay que abandonar la pereza inmensa de dialogar con personas con las que discrepamos, incluso con aquellas que no han aprendido todavía a discutir sin ningunear, descalificar o ridiculizar al adversario.
Debemos hacer del diálogo moderado una causa. Y creo que es una causa absolutamente clave para el futuro de nuestra democracia.
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