Durante bastante tiempo he mantenido una opinión ambigua respecto al uso del velo islámico. No tenía las ideas muy claras. Bueno, ahora tampoco mucho más, pero al menos estoy recogiendo más puntos de vista, algo imprescindible para navegar en tiempos inciertos.
En general, me parecía que prohibirlo era un error. ¿Acaso no había tenido yo como alumna en la universidad compañeras monjas que también llevaban velo y eran católicas? ¿Le molestaba eso a alguien?
Durante años he estado juzgando el velo islámico como un rasgo cultural a respetar y punto. ¿No somos una sociedad plural? ¿No deberíamos aceptar estas diferencias en pos de la inclusión y la interculturalidad?
Y si lo miraba desde el punto de vista religioso, también me surgían las contradicciones de prohibir unas manifestaciones sí (por ejemplo, el velo) y otras no (por ejemplo, llevar una crucecita en el cuello).
El visionado de cortos como Hiyab, además, me añadía el plus del reto de la diversidad en las aulas en muchos otros sentidos: gorras, piercings, pañuelos palestinos al cuello…
Sin embargo, en los últimos días he tenido ocasión de leer dos testimonios reveladores que me han puesto las ideas preconcebidas patas arriba: uno de la escritora catalana Najat El Hachmi y otro de la periodista iraní Masih Alinejad.
Ambas alertan, entre otras cosas, sobre el lío mental que tenemos muchas mujeres y hombres progresistas occidentales con este tema. Básicamente, dicen, queremos ser personas abiertas, tolerantes e inclusivas y acabamos haciendo el juego a los fundamentalistas.
En una entrevista en eldiario.es, Masih Alinejad carga contra las mujeres europeas que en una visita a Iran aceptaron ponerse el velo en actos oficiales y afirma que la República Islámica se las ha arreglado para crear un mito de invencibilidad e infundir miedo en las mujeres. Asimismo, convenció al resto del mundo de la mentira de que el hiyab obligatorio era parte de nuestra cultura – lo cual no es cierto – y rechazó toda discusión en torno a esta cuestión.
Por su parte, Najat El Hachmi, en una rotunda entrevista en el Diari Ara, denuncia que el velo es un elemento que tiene una carga patriarcal innegable y evidente. Es la punta del iceberg de un sistema de normas que tienen como objetivo controlar y presionar a los cuerpos de las mujeres. El pañuelo, sobre todo en Europa, se ha convertido en una bandera del fundamentalismo islamista. Es una forma de visibilizar la presencia musulmana y de establecer un cordón sanitario en torno a las mujeres musulmanas, porque es evidente que con el pañuelo lo tendrán todo mucho más difícil.
La escritora, además, es partidaria de prohibir totalmente el velo al menos en la escuela primaria, porque son las corrientes más retrógradas y fundamentalistas las que ponen el pañuelo a las niñas pequeñas. Señala que el deseo de ser políticamente correcto lleva al absurdo de no hablar del tema para no estigmatizar.
Bicheando en la red he encontrado una antigua (2004) columna de opinión de Miquel Pajares que me parece asimismo muy interesante. El antropólogo, aunque cree que el uso del velo simboliza la discriminación de la mujer, se inclina por la educación, la mediación y las políticas de integración antes que por la prohibición.
Creo que estas entrevistas y testimonios me han iluminado algunas reflexiones y abierto algunos interrogantes. Acerca del valor simbólico patriarcal del velo no me queda ninguna duda. Ni de lo patéticos y paternalistas que somos cuando pretendemos aceptar lo inaceptable para no pasar por racistas.
Sin embargo, no tengo claro todavía cuál es el camino a seguir. Probablemente ni siquiera hay uno solo. Mientras tanto, al menos aclaremos hacia donde no queremos ir.
La foto que acompaña este post pertenece al reportaje Walk of shame: Sweden’s “first feminist government” don hijabs in Iran de Unwatch.org.
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