¡Vamos a hacer una redacción sobre dónde hemos estado este verano!
Una amiga me comentaba que al comienzo del curso escolar en septiembre el año pasado la profesora lanzó este tema a los niños y niñas de la clase de su hijo.
Su hijo no se había movido del barrio, porque en la familia no se podían permitir otra cosa, pero la simple pregunta de la profesora facilitaba poner de manifiesto que unos viajan y otros no.
¿Qué le costaba cambiar la pregunta un poco? –se lamentaba mi amiga- sólo que hubiera planteado ¿qué habéis hecho este verano? mi hijo y algunos más hubieran podido aportar alguna cosa, en lugar de tener la sensación de que ellos no podían aportar nada.
Por supuesto que la profesora no cayó en la cuenta. Nadie es perfecto y todos metemos la pata en alguna ocasión.
Pero hay que corregir estos despistes, porque ciertamente el tiempo de vacaciones es un pozo de desigualdades, como señala la economista Elena Costas en Las vacaciones más desiguales, artículo publicado en el diario ARA, en el que afirma que las diferencias de renta familiar determinan cuál será la pérdida de conocimiento estival de los niños.
Por muy inclusiva que sea la escuela, el entorno, las familias y las oportunidades del alumnado fuera del horario lectivo juegan un papel decisivo. En esta misma dirección apunta el sociólogo Jordi Collet cuanto a los retos a los que se enfrenta la educación a tiempo completo.
Me temo que esto no es ninguna novedad porque ya ocurría en los años 70 y 80, cuando yo hacía de monitora de campamentos. Ya entonces los educadores en el tiempo libre cometíamos –yo la primera- muchos errores tontos, al querer diferenciarnos obsesivamente de la escuela.
Un rechazo bastante infantil que se a veces se concretaba en no valorar la pérdida de conocimiento estival que menciona Elena Costas y no reconocer la capacidad que teníamos de compensarla en la educación no formal.
Frecuentemente minusvalorábamos el aporte cultural de las colonias y campamentos, de manera que los carteles y murales podían tener faltas de ortografía; el recurso a la fantasía (gnomos, indios, dragones, magia…) podía ahogar el descubrimiento de la naturaleza real; jugábamos mucho –cosa que está muy bien- pero leíamos muy poco, etcétera. ¡Todo lo que podía oler a “escolar” era considerado ajeno a nosotros!.
Aunque cada espacio educativo tiene su sentido y su riqueza, la educación en el tiempo libre debería apoyar a la escuela en lo posible sin perder su personalidad, a fin de contribuir a no hacer más profunda la brecha social en el tiempo “no-escolar”.
Y esto en el momento actual es más relevante que nunca, porque, como afirma el VIII Informe FOESSA sobre exclusión y desarrollo social en España, de junio 2019: Hoy en día, el número de personas en exclusión social en España es de 8,5 millones, el 18,4% de la población, lo que supone 1,2 de millones más que en 2007 (antes de la crisis). Son el rostro de la sociedad estancada, un nutrido grupo de personas para quienes “el ascensor de la movilidad social no funciona y no es capaz de subir siquiera a la primera planta”.
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