¿Estaremos quitando puestos de trabajo con el voluntariado? ¿Estaremos complaciendo al neoliberalismo necesitado de mostrar una cara amable y compasiva? ¿Seremos sin quererlo cómplices de la precariedad? ¡Todas estas cuestiones surgen tarde o temprano en las discusiones acerca del papel del voluntariado en nuestra sociedad!.
Recientemente en eldiario.es leí una interesantísima entrevista a la socióloga francesa Maud Simonet, en que exponía con toda claridad sus reservas acerca de lo que ella denuncia como una nueva explotación.
En la entrevista Simonet plantea que el trabajo gratuito sirve hoy día para “dar una cara cívica al neoliberalismo”. Entre otras cosas, porque en esta lógica se ataca lo público “en nombre del compromiso ciudadano, de los valores cívicos, de la buena voluntad de los ciudadanos o bajo la excusa de la reinserción de quienes reciben ayudas sociales”.
De hecho, esta sospecha surge frecuentemente no ya respecto al voluntariado, sino incluso con el aprendizaje-servicio, aunque en este caso se trate de un enfoque educativo.
Yo creo que todo lo bueno se puede pervertir y sacar de madre. Nadie negará que las naranjas son un alimento saludable, pero si sólo comiéramos naranjas y despreciáramos otros alimentos, estaríamos de acuerdo en que no sería una buena práctica.
El aprendizaje-servicio y el voluntariado no han nacido para quitar el trabajo a nadie. Son la expresión del compromiso cívico por el bien común. Pero, efectivamente, se pueden utilizar para fines poco éticos o que acaban siendo negativos, como el ejemplo que cita Simonet de los parques de Nueva York, donde disminuyó el número de funcionarios a costa del aumento de voluntarios.
Frente a estos argumentos de desconfianza hacia el voluntariado, acostumbro a poner sobre la mesa otras reflexiones para argumentar que no es, en sí mismo, enemigo del empleo:
- porque puede ser una palanca de creación de nuevos perfiles profesionales. El caso clásico es el de la enfermería, que hasta finales del siglo XIX fue tarea voluntaria hasta que se profesionalizó y algo parecido ocurrió no hace tanto tiempo con la educación social.
- porque, llevada a sus últimas consecuencias la sospecha de que toda acción de compromiso ciudadano puede derivar en una merma de puestos de trabajo remunerado, por esta regla de tres intentemos no ser limpios, pasar de las papeleras y tirar basura al suelo, no sea que, si nos comportamos cívicamente, disminuya la necesidad de trabajadores públicos de la limpieza en nuestras calles. ¿A que suena absurdo?
- porque tenemos tantos retos como sociedad, tanta tarea pendiente, que es evidente que no todo lo que hay que hacer se puede remunerar, al menos de entrada. El trabajo desinteresado va a ser necesario, lo miremos como lo miremos, y nuestro reto es no aceptarlo acríticamente, sino como oportunidad para la toma de conciencia de las injusticias que hay que solucionar… y una de ellas es la destrucción de empleo.
Y por último, ¿alguien cree que un grupo de niños y niñas de primaria está privando de trabajo a alguien si después de estudiar las causas y consecuencias de la deforestación se ponen de acuerdo con los guardas del parque o el grupo ecologista y plantan árboles en el bosque degradado?
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