Este enero Tintín cumple 90 años y forma parte de mi historia, como un viejo amigo que ahora vive lejos pero que sigue de alguna manera influyendo en mi vida. De hecho, la lectura y relectura de los tintines me duró mucho tiempo, más allá de la infancia. Todavía conservo casi todos los ejemplares e incluso tengo en casa una pequeña vitrina con algunos objetos icónicos.
Yo fui y, hasta cierto punto todavía soy, una apasionada tintinera. En una época en que había que apuntarse a un bando excluyente para sentirse bien, siempre escogí a Tintín frente Asterix, a los Beatles frente a los Rollings y a un paquete de Rex frente a otro de Ducados… ¡con la pereza que ahora me producen los extremos de estás conmigo o estás contra mí…!
A pesar de las acusaciones, bastante fundamentadas, a las historias de Tintín -racistas, colonialistas, misóginas…- y a pesar de la misma polémica con Hergé a causa de su posicionamiento político, estoy totalmente de acuerdo con Joan Manuel Soldevila, el profesor, escritor y especialista en cómics: por mucho que (Hergé) tuviese una evolución ideológica discutible, Tintín ha sido siempre un personaje admirable, honesto contra viento y marea, defensor de los débiles, solidario con los desposeídos, defensor de las comunidades maltratadas, valiente ante cualquier adversidad e inmune al desánimo.
Este personaje generoso e inasequible al desaliento era el que me fascinaba en Tintín en el Tíbet, a mi parecer la mejor novela de todas. Los ingredientes de esta historia eran los que siempre nutrían mi fantasía dejando un poso que se saboreaba largo tiempo: un país lejano y con altas montañas; una historia de rescate; un animal mítico del que te permites dudar si realmente existió alguna vez; una amistad fuerte capaz de generar telepatía a distancia…
Me da la impresión que Hergé es al mundo del cómic lo que Julio Verne a la novela clásica de aventuras. Son autores fruto de su civilización, de su clase social, de las limitaciones y los horizontes del momento. Me parece mezquino y corto de miras no perdonarles lo que a día de hoy resultaría sin duda retrógrado.
Por ello brindo porque muchos niños y niñas sigan descubriendo los universos de Tintín, como hacía mi hija Clara, que tenía nueve años en la foto que acompaña este post.
Y una buena manera de hacerlo puede ser visitar la exposición Tintín y la Luna. 50 años de la primera misión tripulada.
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