Hay piedrecitas que se clavan en la planta de los pies cuando te metes. Nadas entre pececitos, renacuajos y con un poco de suerte, ranitas. Ves saltar truchas un poco más lejos.
A veces las hierbas del fondo te acarician las piernas… pero la primera vez no lo sabes. El agua está fría, pero siempre la encuentras menos fría la segunda vez que te metes. Bueno, la verdad es que en invierno se hiela.
No hay cloro, ni aglomeraciones, ni música estridente de otras personas sonando en tus orejas No pasa gente por tu lado intentando vender cualquier cosa. No suele haber papeles de helado, ni colillas, ni cualquier tipo de basuras.
Te sumerges entre bosques de pinos negros, roca granítica, matas de rododendros y arándanos, cimas de más de 2.500 metros, aire transparente y temperatura fresca, que en la sombra te obliga a ponerte un jersey o una sudadera.
No es la piscina ni la playa: es un lago de alta montaña. No hay arena fina ni grandes espacios de césped para extender la toalla. Es cualquier cosa menos confortable y está a más de hora y media de donde se puede aparcar el coche. Y me encanta.
El de la foto es el Estany de Gerber, en el Pirineo Catalán. Si me da pánico el cambio climático es, entre otras cosas, porque podemos perdernos estos paraísos.
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