Una vez más se nos encogió el corazón cuando vimos hace dos días el glaciar de Monte Perdido.
Habíamos subido con la hija nómada al Balcón de Pineta desde el valle. Son 1000 metros de desnivel que se superan en tres horas y media a base de un sendero bien trazado, unas vistas espectaculares y la promesa de ver de cerca el tercer gigante del Pirineo.
Disfrutamos mucho la dura ascensión, a pesar de las fuentes secas y las cascadas del circo convertidas en hilillos, que no auguraban nada bueno. Y disfrutamos también del valle mineral de Marboré, en el escalón superior, que evoca un paisaje fantástico, lunar o marciano.
Pero no pudimos evitar sentirnos apenados al ver el estado desolador del glaciar. ¡Ni punto de comparación con lo que había sido! Si los franceses bautizaron este pico como Perdido, porque hasta que no estaban justo debajo no lo veían, nosotros deberíamos bautizar los restos del glaciar con un nombre similar: perdido, malogrado, menguante…
Incluso el Lago Helado de Marboré ha abandonado ya su identidad alpina, por decirlo de alguna manera. Tiempo atrás siempre conservaba algo de nieve en verano y otoño, pero hace dos días no sólo no la conservaba, sino que el nivel del agua había descendido a cotas impensables y en algunas zonas es ya una balsa fangosa.
De vuelta, una bandada de veinte rebecos aparecieron en lo alto de unos riscos y en apenas segundos descendieron saltando a toda velocidad, atravesando el sendero bajo la mirada atónita de los excursionistas que se detuvieron para dejarlos pasar. Se dirigían a un pequeño charco rodeado de un anillo de hierba fresca. ¡Mira que he visto rebecos en la montaña, pero nunca los había visto acercarse tanto a las personas!
... No ganaremos nada con mensajes apocalípticos, pero tampoco vamos por buen camino si no admitimos la profundidad de los cambios y nos esforzamos por igualar el desafío con un cambio intenso en nuestra organización social, en nuestros planteamientos geopolíticos y en nuestra huella ambiental, afirma Fernando Valladares, en el artículo Cambio Climático. La gran pregunta del Antropoceno, publicado en el espléndido y a ratos sobrecogedor monográfico El reto de imaginar el futuro, de eldiario.es. ¡Recomiendo absolutamente la lectura de este dossier monográfico!
¿Alguna brizna de optimismo? ¿Algo para combatir in situ la nostalgia paralizadora? Bueno, por la noche, cerca de la carretera entre Bielsa y Parzán, descubrimos merodeando un jabalí, un zorro y un tejón… Y no pude dejar de aferrarme a la idea de que mientras hay vida hay esperanza.
Qué pena, Roser! Esa zona es preciosa. He estado en varias ocasiones, la última hace 3 años. Últimamente apenas voy al monte porque se me rompe el alma al ver los cauces secos. Esperemos que empiece a cambiar la cosa en breve. Como dices, donde hay vida hay esperanza.
Un placer haberte descubierto y leer tus post. Un abrazo!