… Al fundador de los Amigos de Emaús le gusta explicar que el movimiento empezó el día que un individuo suicida, que acababa de salir de la prisión, le pidió ayuda. Su respuesta fue: Ven primero a ayudarme a realojar a estas familias que están en la calle, después me ocuparé de ti. Esta persona se convirtió en el colaborador más cercano y contribuyó al nacimiento del movimiento. En lugar de ofrecer algo a un individuo suicida que venía a pedir ayuda, le pidió que fuera él quien ayudara. Sin reflexión, sin cálculo, hizo lo contrario de la caridad. El mito fundador de las comunidades de Emaús postula que incluso los más desvalidos tienen necesidad de dar más que de recibir.
Xus Martín, Josep Maria Puig y Mónica Gijón, pedagogos a los que admiro y estimo, citan esta anécdota reveladora en Reconèixer per educar. Com incorporar l’aprenentatge servei a l’educació social. (Reconocer para educar. Cómo incorporar el aprendizaje-servicio a la educación social), uno de sus últimos “textos reflexivos”.
Creo que esta anécdota y el contenido del documento enlaza con la reflexión que tantas veces provoca María Nieves Tapia acerca de la diferencia entre el enfoque asistencialista y el enfoque de promoción de los derechos humanos, citando el testimonio de una chica en situación de pobreza y vulnerabilidad que afirmaba: Por muy pobre que una sea, siempre tiene algo que ofrecer a los demás.
Ser considerada una persona digna de ayudar a otros es un derecho. Ayudar a recuperar la dignidad perdida, a restaurar las heridas resultantes de la precariedad, la inestabilidad, la marginación… pasa por otorgar confianza a las personas vulnerables, no tratarlas sólo ni principalmente como desvalidas, poner el foco en sus potencialidades.
Eso no significa no atender sus derechos mínimos ofreciendo la asistencia necesaria para identificar las inequidades y dar las respuestas adecuadas. Pero, paradójicamente, si las personas vulnerables, por razones de justicia, sólo reciben asistencia, acaban siendo tratadas injustamente, puesto que no se les reconoce capacidades de progreso, talento, autonomía y generosidad que disfrutan otras personas.
Las prácticas de aprendizaje-servicio, como afirman los autores, favorecen este enfoque de reconocimiento, porque están impregnadas del valor del “don”: El don es una acción de prestación de servicios o entrega de bienes que una persona hace de manera voluntaria y altruista -no se espera recibir nada a cambio- y que contribuye a crear, mantener o regenerar los lazos sociales.
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